Volver al pasado

martes, 29 de diciembre de 2009
Publicado en el diario La República el 28 de agosto de 2007

En la sustentación de su demanda contra el presidente Álvaro Uribe por el hipotético delito de traición a la patria, el senador Robledo expone una visión muy particular sobre el comercio internacional. Su tesis acepta las exportaciones como un medio para acceder a los medios de pago internacionales, que permiten importar los bienes y servicios que el país necesita; pero postula que las exportaciones sólo tienen sentido si los recursos obtenidos se usan de forma exclusiva para importar lo que el país no produce.

Ese argumento es una añoranza del modelo sustitutivo de importaciones. El gobierno debe controlar en qué se gastan los medios de pago internacionales y, por lo tanto, qué se importa; ello implica volver al control de cambios, licencias de importación y otros trámites que ya el país ensayó durante muchos años y acarrearon, además del rezago relativo del país, la proliferación de la corrupción. Complementado con la propuesta del senador de aumentar los aranceles, sólo falta añadirle los subsidios, el monopolio en la comercialización y el control de precios para regresar a la década de los 60.

El Nobel de economía Gary Becker afirma que después de la segunda posguerra el mundo desarrollado retornó a la senda del libre mercado, mientras que las economías del tercer mundo optaron por los modelos proteccionistas que acarrearon el rezago relativo de sus indicadores de desarrollo. Tanto el reciente Reporte de Economía y Desarrollo de la CAF como un artículo del Nobel de economía Edward Prescott concluyen que sólo los países africanos se rezagaron más que los de América Latina. En el caso colombiano, es evidente que esas políticas permitieron el desarrollo de algunos sectores, pero también generaron problemas que hoy son un lastre para la productividad y competitividad del país.

El argumento proteccionista olvida que el aislamiento de las empresas locales de la competencia internacional conlleva la pérdida de incentivos a la actualización tecnológica y, por lo tanto, el atraso. Para qué gastar recursos en la mejora de productividad y competitividad, si hay un mercado cautivo; para qué destinar recursos a investigación y desarrollo si la innovación pierde sentido en una economía cerrada; para qué mejorar la calidad de los productos si los consumidores no tienen con qué compararlos.

Una dificultad adicional es que el retorno a las políticas proteccionistas no es tan sencillo en la economía global. Hoy en día no puede un país poner obstáculos al comercio de productos de otros países y quedarse tranquilo. Aún en casos en los que le asisten poderosas razones a un gobierno, como ocurre con el reciente episodio de Colombia con Panamá, el país queda expuesto a litigios internacionales y a medidas de retaliación.

En últimas, la política debatida constriñe a los consumidores a aceptar mayores costos y menor calidad en los bienes de consumo, lo que deteriora su calidad de vida frente al mundo. En cambio la exposición a la competencia internacional induce a los empresarios nacionales a mejorar la productividad y competitividad para preservar su permanencia en el mercado; los consumidores tienen así mejores opciones, una oferta más diversificada y precios y calidades con estándares internacionales. De forma complementaria las empresas pueden obtener economías de escala y ampliar sus mercados mediante el acceso a otros países.

Desde luego, la alternativa del libre comercio no implica abandonar los mecanismos de defensa del sector productivo nacional sino su racionalización. Por ejemplo, los aranceles diferentes de cero reflejan la existencia de producción nacional y un grado de protección adecuado frente a la competencia internacional ¿Seguimos en el siglo XX, o entramos al XXI?

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