Impacto BRIC

martes, 20 de diciembre de 2011
Publicado en el diario La República el 8 de diciembre de 2011


Es ampliamente conocido que el acrónimo BRIC fue propuesto por Jim O’Neill de Goldman Sachs en noviembre de 2001, con el fin de resaltar que las economías en desarrollo con mayor proyección eran Brasil, Rusia, India y China.

Estas economías fueron seleccionadas por su tamaño. Según los cálculos de Goldman Sachs, en el 2000 representaban el 23.3% del PIB mundial, medido a precios de paridad de poder adquisitivo; China ya era la segunda economía más grande del mundo, en tanto que India era la cuarta.

Con mucha anticipación, O’Neill formuló que el peso relativo de los BRIC, los convertía en un jugador global a tener en cuenta: “Estas estimaciones plantean temas importantes sobre la transmisión de las políticas monetarias, fiscales y otras políticas económicas globales” (“Building Better Global Economic BRICs”). Sugería que los cambios en la política fiscal o monetaria de un país como China, tendrían un impacto global mayor que el de economías como Italia. Ese diagnóstico se ha hecho real, con el paso del tiempo.

A medida que se fue agudizando la crisis mundial de 2008-2009, surgió un intenso debate sobre el acople o el desacople, pues inicialmente hubo la percepción de que era un fenómeno aislado de las economías desarrolladas y, mientras estas se desaceleraban, el mundo en desarrollo parecía inmune al problema. Esa percepción se fortaleció cuando se hizo evidente que el principal canal de transmisión de la crisis era el financiero y las cifras indicaban que las economías en desarrollo tenían una baja exposición en títulos subprime o en otros títulos contaminados.

La discusión quedó opacada a medida que los efectos de la crisis se transmitieron a las economías en desarrollo a través del canal comercial. La caída de la demanda agregada de las economías desarrolladas ocasionó una abrupta contracción del comercio internacional y la desaceleración del crecimiento a nivel global. Aparentemente se desvirtuaba así la idea de O’Neill.

Además, con la crisis quedó claro que los BRIC no son un grupo homogéneo, sino que hay dos bloques diferentes; de un lado, China e India, que desaceleraron la economía sin entrar en recesión, y de otro, Brasil y Rusia, que tuvieron tasas de crecimiento negativas en 2009 y en general registran un desempeño menos brillante que el de los dos primeros.

De nuevo, la coyuntura mundial de los dos últimos años hace resurgir los argumentos del desacople, pues mientras las economías desarrolladas siguen postradas, las economías en desarrollo, y especialmente China e India, han funcionado como el motor de la economía y siguen sin registrar señales de contagio. ¿Será la hora de retomar los planteamientos de O’neill sobre el impacto potencial de las decisiones de política económica de los BRIC en el mundo?

Quizás hoy en día los impactos podrían ser mayores que en el 2001, por el creciente protagonismo que han ganado los BRIC en el mundo. Por ejemplo, nadie duda en atribuir a China e India, y en menor medida a Brasil y Rusia, el alto impacto que tienen sobre los precios internacionales de los productos básicos.

Esto implica que el canal comercial es el principal medio de transmisión de los cambios en los BRIC hacia las demás economías en desarrollo y, en general, al resto del mundo. Un estudio reciente del FMI (“New Growth Drivers for Low-Income Countries: The Role of BRICs”), calcula que después de la crisis, la contribución de ese grupo a la variación en las tasas de crecimiento de las economías en desarrollo exportadoras de petróleo es de 37% y en el de las exportadoras de otros productos básicos del 37.4%; en el caso de las economías de América Latina es del 19.1%.

Surge un gran interrogante: ¿A qué tipo de estructura productiva y exportadora llegará América Latina por esta vía?

Desindustrialización y complejidad

jueves, 24 de noviembre de 2011
Artículo publicado en La República el 24 de noviembre de 2011

Mucho se ha discutido en el presente año sobre el fenómeno de la desindustrialización, entendido como la tendencia a un menor peso relativo del sector industrial en el PIB.

Sin desconocer la existencia de tal fenómeno en el largo plazo, es necesario controvertir la lectura simple del indicador. No es razonable sacar conclusiones de su magnitud, sin tener en cuenta los aspectos metodológicos de fondo, pues si la desindustrialización es un tema relevante, con más razón hay que medirlo correctamente.

Tampoco es adecuado hacer el análisis tomando los extremos, sin tener en cuenta la historia intermedia. Las cifras del Dane muestran que la participación de la industria creció en el PIB en 0.6 puntos porcentuales entre 2000 y 2007; luego cayó como consecuencia de la crisis mundial y del cierre del mercado venezolano. Los extremos “comprueban” la desindustrialización, ignorando que obedece a factores coyunturales; pero la historia muestra un reciente proceso de reindustrialización, que podría ser atribuido a las políticas públicas.

Hay analistas que insisten en la necesidad de emular el modelo de política industrial de Brasil. Es posible que sea un caso exitoso, pero deberían reconocer que según el indicador de desindustrialización con el que miden el desempeño industrial de Colombia, no lo es.

Siguiendo la metodología de máximo y mínimo, sin descontar los efectos de metodología, en Brasil el peso de la industria ha caído en 19 puntos porcentuales (34.6% en 1982 y 15.4% en 2007). Por contraste, para Colombia la reducción es de 11 puntos.

Además, en la región hay economías que se “desindustrializan” en mayor medida que Colombia: Argentina pierde 24 puntos porcentuales, Chile 17 puntos, Uruguay 16, Perú 15, y Costa Rica y Bolivia 12. En el otro extremo están El Salvador, Panamá y Paraguay como las economías en las que menos pierde participación la industria. ¿Serán esos los modelos a seguir?

Puesta la discusión en estos términos, no se puede colegir que la política industrial aplicada en el vecindario sea mejor que la de Colombia. Es necesario ser más objetivos y dejar de lado el pesimismo en los análisis de lo que se hace en el país; es válido ensalzar lo que otros dicen y hacen, pero midiéndolos con el mismo rasero, y acudiendo a mediciones externas como referencia para compensar los sesgos internos.

Por ejemplo, se podría empezar a mirar el mundo bajo la óptica del Atlas de Complejidad Económica, liderado por Ricardo Hausmann de la Universidad de Harvard y César Hidalgo del MIT. Según los autores, “es un intento por medir el volumen de conocimiento productivo que cada país tiene”; éste se plasma en la complejidad de su comercio y de su estructura productiva, así como en el potencial de crecimiento.

Es una propuesta creativa para entender la dinámica de las economías con una metodología diferente, que, según los autores, tiene mayor capacidad de predicción del crecimiento futuro que los rankings globales de competitividad.

Los resultados sorprenden, pues en América Latina, después de México, las economías con más alto potencial de crecimiento en la próxima década son Costa Rica y Panamá. En los puestos cuatro y cinco entre los 21 países de la región están Brasil y Colombia, y en el ranking global sólo están separados por dos puestos (52 y 54, entre 128 países, respectivamente).

En términos de los autores, los dos países tienen niveles similares de complejidad económica y de habilidades cognoscitivas. Incluso en el crecimiento esperado del PIB per cápita para 2020 Colombia se ubica mejor que Brasil (36 y 48, respectivamente).

El Atlas es un indicador complejo, pero bien merece un estudio a fondo para ver por qué nos parecemos más a Brasil de lo que en nuestro medio queremos aceptar.

Más sobre desindustrialización

miércoles, 23 de noviembre de 2011
Publicado en Ámbito Jurídico el 14 de noviembre de 2011

Hace unos días se realizó el lanzamiento del libro “Hacia una política industrial de nueva generación para Colombia”, escrito por Astrid Martínez y José Antonio Ocampo, con el auspicio de la Coalición para la Promoción de la Industria Colombiana.

En el capítulo III revisan el tema de la desindustrialización, que ha vuelto a ser tema de debate desde el primer semestre, cuando se aseveró que este fenómeno era consecuencia de la carencia de una política industrial en el país.

En el capítulo se afirma que la pérdida de participación de la industria en el PIB puede ser el resultado de varios factores: la tendencia estructural del desarrollo, en la que pierden participación la agricultura y la industria y la ganan los servicios; el notable crecimiento del sector minero–energético, que aumenta el peso relativo de la minería; y la tendencia a la tercerización de parte de las actividades de las empresas industriales, que pasan a contabilizarse en el sector de servicios.

A esa enumeración, habría que sumarle factores como el aumento de la competencia internacional, que menciona Dani Rodrik (“The Manufacturing Imperative”) para el caso de Estados Unidos, o hacer explícito el cambio tecnológico dentro de la tendencia estructural, dado que repercute en aumentos de la producción con menos empleo y menor participación en el PIB (caso similar a lo que aconteció con la agricultura).

Aun cuando los autores señalan que el cambio de metodologías o de año base de la contabilidad nacional es un tema secundario, hicieron su propio cálculo unificando series. Encontraron que “esto explica que la participación de la industria en el PIB presentada para 1974 sea 18.54%, y no el 24.47% que se obtendría por el cálculo directo utilizando las Cuentas Nacionales base 1975”. Por lo tanto, la metodología genera cerca de seis puntos porcentuales de diferencia en un solo año.

La desindustrialización que estiman apunta a una caída de seis puntos en la participación de la industria en el PIB si se comparan 1974 y 1999 o cuatro puntos si la comparación se hace con 2007. Este es un gran avance frente a los 10 puntos que tradicionalmente se menciona y muestra que la metodología no es tan secundaria; indica, nada más y nada menos, que ese factor “infla”, en el primer caso, en cerca del 70% el cálculo de la desindustrialización.

Hay un aspecto adicional para comentar sobre el tema: se debe evitar que la coyuntura sea interpretada como un problema estructural. Tal riesgo lo hay en el caso de la comparación que hacen los autores de la desindustrialización de Brasil con la de Colombia durante la última década.

Señalan que la participación de la industria en el PIB de Brasil cayó del 19.2% al 15.8% entre 2004 y 2010 “y representa en la actualidad tan solo el 39% del valor de sus exportaciones, cuando anteriormente era el 55%”. “En Colombia, en el mismo período, la producción industrial pasó del 14.2% en 2004 al 13.7% en 2010 como porcentaje del PIB, y las exportaciones no tradicionales pasaron de 54.2% en 2004 al 33.6% en 2010”.

Lo primero que salta a la vista es la diferencia de magnitudes, pues en el país vecino la reducción es de 3.4 puntos porcentuales, mientras que en el caso colombiano apenas fue de 0.5 puntos porcentuales. Esto es interesante porque se ha tendido a ensalzar la política industrial de Brasil y a sugerirla como el modelo a seguir en Colombia.

Lo segundo, es que en el caso del PIB de Colombia la industria creció su participación desde 13.6% en el 2000 hasta 14.2% en 2007 y luego la redujo a 13.7% en 2010. Como se recordará, la crisis mundial ocasionó una drástica caída de la producción industrial del país, mientras que en otros sectores se registró una desaceleración moderada; esto explica su pérdida de participación en el PIB. Por lo tanto, no es posible inferir si esta reducción será permanente o transitoria.

Tercero, con relación a las exportaciones industriales ocurre algo similar, pues además de sufrir un impacto negativo por la crisis mundial, las afectó el cierre del mercado de Venezuela.

Cuarto, las exportaciones industriales han perdido participación por un fuerte efecto precio de los productos primarios. En ese contexto, hay que destacar la dinámica excepcional registrada por las exportaciones industriales en las dos últimas décadas, pues, a pesar del escaso aumento de los precios, mantienen su tendencia ascendente por un efecto volumen.


En síntesis, los autores del libro aportan varios elementos para entender el fenómeno de la desindustrialización en Colombia, y no señalan entre los factores explicativos la ausencia de una política industrial. Es necesario seguir explorando las causas efectivas de la menor participación en el PIB, qué tanto explica cada factor y cuál es el papel de las exportaciones.

Exportaciones industriales

viernes, 11 de noviembre de 2011
Publicado en el diario La República, el 10 de noviembre de 2011


Ante la probable aparición de enfermedad holandesa en el país, como consecuencia de una bonanza de productos básicos, surge la preocupación sobre lo que puede ocurrir con las exportaciones de bienes industriales. En los agropecuarios los efectos serían menores porque podrían ser beneficiados por los altos precios internacionales en los próximos años.

El gobierno ha sido precavido: tramitó en el Congreso la reforma a las regalías, para crear fondos de ahorro de parte de los recursos de una probable bonanza minero–energética; el país cuenta con una ley de responsabilidad fiscal; y recientemente se aprobó la ley de regla fiscal.

En ese contexto, convine evaluar cómo han evolucionado las exportaciones industriales de Colombia, pues sería de presumir que ya se han empezado a deteriorar por efecto de la presunta desindustrialización, por la revaluación y por la desaceleración de la economía mundial.

Las exportaciones industriales vienen perdiendo participación en el total exportado tanto en volumen como en valores, desde antes de la crisis mundial. El valor exportado (excluyendo los derivados del petróleo) representó un máximo del 42.7% en 2001, y en 2010 apenas fue el 24.4% de las exportaciones totales. En volumen alcanzaron un máximo del 6.7% en 2002 y bajaron al 4.1% en 2010.

¿Estos resultados se relacionan con la desindustrialización? No parece tal, pues si bien pierden participación en el total, tanto el valor como el volumen de las exportaciones de este sector tienen una tendencia creciente que sólo se ve interrumpida por la crisis mundial.

El valor de las exportaciones industriales creció continuamente desde 1991 (6.3% anual) y su ritmo se aceleró en el periodo 2004-2008 (18.2% anual). En los dos años siguientes se redujeron como consecuencia de la crisis mundial y del cierre del mercado de Venezuela.

Es evidente el impacto de Venezuela tanto en la notable dinámica hasta 2008, como en la caída en los años 2009 y 2010. Sin incluir ese mercado, las exportaciones industriales ya sobrepasaron el monto exportado del 2008, mientras que incluyéndolo apenas lo harán este año.

En términos de volumen las exportaciones muestran un comportamiento diferente al del valor, pues el mayor dinamismo se registró entre 1991 y 2003 (11.1% anual), mientras que en el periodo 2004-2008 fue más moderado (2.9% anual), registrando el máximo en 2007. Posiblemente la reducción refleje el impacto de la apreciación de la tasa de cambio, especialmente cuando se hace el análisis descontando a Venezuela, dado que desde 2006 se empezó observar una caída. En ambos casos, no se ha recuperado el volumen exportado, pero la evolución reciente permite esperar que sin el mercado vecino al cierre del presente año se alcance el nivel precrisis.

En las dos últimas décadas el índice de volumen muestra que desde 1991 las exportaciones industriales han crecido más que las exportaciones primarias, y que productos como el petróleo, los derivados del petróleo y el café.

En cambio el índice de precios implícitos indica que los industriales son precisamente los que menos han crecido, mientras que los de derivados del petróleo registran el mayor aumento.

En síntesis, las exportaciones industriales han tenido un desempeño notable durante las últimas décadas tanto en valores como en volumen. Sin embargo, pierden participación en el total exportado porque hay fuerte efecto precios en los bienes primarios, que no alcanza a ser compensado por el efecto volumen de las exportaciones industriales.

No obstante, es preciso hacer un seguimiento estrecho de su evolución para ver si la tasa de cambio está afectando el volumen exportado y neutralizar los impactos negativos que pueda generar en él una bonanza minero-energética.

Empresas Visibles

viernes, 28 de octubre de 2011
Publicado en el diario La República el viernes 28 de octubre de 2011


Desde hace muchos años en Colombia se publica la clasificación de las empresas del país por diversos criterios: sectores, activos, pasivos, patrimonio, y rentabilidad, entre otros.

En general los rankings son útiles porque muestran la evolución de los sectores en los cuales se registra mayor crecimiento de las empresas, orientan a los inversionistas, permiten compararlas con las de otros países e incluso sirven para dar señales sobre la salud de la economía.

No obstante, teniendo en cuenta que en Colombia hay alrededor de 1.5 millones de empresas y que la inmensa mayoría son mipymes, en casi todos los rankings ellas quedan “sepultadas”, pues no alcanzan a calificar en los indicadores utilizados.

Eso no importaría, si no fuera por los problemas que acarrea a las empresas el hecho de no ser visibles. Acceder al crédito es más difícil, igual que conseguir contratos, participar en una licitación o conseguir la mano de obra calificada que se requiera.

Esta situación ha dado pie a la aparición de clasificaciones especializadas en mipymes, entre las que sobresalen la de las empresas gacelas, elaborada por la revista MisiónPyme a partir de diversos indicadores, y la de las empresas jóvenes más dinámicas, propuesta por el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo. Ambas desempeñan un papel importante para destacar diversos aspectos de los emprendedores menos visibles del país.

En el caso de las empresas jóvenes más dinámicas, la construcción de la clasificación se basa en el crecimiento promedio de los ingresos operacionales e incluye 15 sectores, en parte relacionados con el Programa de Transformación Productiva.

Se adopta el supuesto de que los altos niveles de crecimiento promedio de los ingresos operacionales en los últimos tres años reflejan una excelente gestión gerencial y corresponden a empresas que están ubicadas en sectores o en segmentos de rápido crecimiento y de alta innovación. No de otra forma se puede explicar que obtengan crecimientos de dos dígitos en sus ventas en periodos de desaceleración económica como los vividos en 2008 y 2009.

Las empresas “jóvenes” (con edad entre tres y veinte años, como se definieron para este ranking), ya han logrado establecerse, pero se encuentran en la fase más compleja de su desarrollo. Es una etapa en que son altamente sensibles a problemas, como el acceso al crédito o el prestigio, que les pueden frenar su crecimiento e incluso sacarlas del mercado.

Recientemente se hizo la premiación de las quince empresas jóvenes de 2011, por ser las más destacadas en cada uno de los sectores seleccionados. Hasta esta premiación, que fue la tercera desde que se inició, se trabajó en alianza con la revista Poder, la Superintendencia de Sociedades y el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo. Aun cuando la revista ya no circula, el gobierno se propone mantener vigente el premio, por los resultados observados.

El testimonio de los empresarios ganadores de los dos años anteriores muestra la importancia de continuar. Las vivencias narradas indican el variado impacto que han tenido con el premio; algunas las llamaron a licitaciones, por el prestigio ganado; otras lograron mayor oferta de crédito; y otras se han podido capitalizar gracias a la inyección de recursos de los fondos de inversión.

Eso está ocurriendo porque el premio a las jóvenes, igual que ocurre con las gacelas, cumple con su cometido de hacer visibles a las mipymes más exitosas. Es el calce perfecto con otros instrumentos de política como son el desarrollo de fondos de inversión, fondos de capital de riesgo, ángeles financieros y el Programa de Transformación Productiva.

Esta suma de esfuerzos repercutirá en empresas con mayor proyección, menor mortalidad y sostenimiento de un creciente número de empleos.

Sobre la clasificación de las exportaciones

Publicado en el diario La República el 13 de octubre de 2011

En su más reciente columna, el analista Manuel José Cárdenas se refiere a la necesidad de contar con una clasificación de las exportaciones más adecuada al mundo actual.

Tomando como referencia las discusiones del pasado congreso de exportadores, Cárdenas destaca la obsolescencia de la clasificación de las exportaciones en tradicionales y no tradicionales, atribuye a Analdex la propuesta de sustituirla por una basada en la intensidad tecnológica y critica la sugerida por el Ministro de Comercio, Industria y Turismo de diferenciar las minero-energéticas del resto.

La discusión es importante y por eso es bueno que los comentaristas como Cárdenas llamen la atención sobre el tema. No obstante, es conveniente hacer unas precisiones y poner en contexto la propuesta del Ministro.

Javier Díaz, presidente de Analdex, propuso triplicar las exportaciones “no tradicionales” en nueve años, y no discutió la clasificación de las exportaciones, como se puede comprobar en su artículo de La República del 9 de septiembre.

La discusión sobre la metodología la planteó el Ministro Sergio Diaz-Granados en su intervención (disponible en las páginas de Analdex y del Ministerio). En la presentación señaló las ventajas de la clasificación por intensidad tecnológica: la comparación con otros países, y la posibilidad de hacer seguimiento al grado de complejidad de las exportaciones y a la evolución de la diversificación. Pero así mismo enunció algunas restricciones, como son el poco conocimiento que de ella tienen los analistas, la relativa complejidad para su elaboración y el problema de no tener una base de referencia actualizada, dado que la Cepal y el Dane la siguen trabajando con CUCI 2, cuando ya está disponible la CUCI 4.

La clasificación por intensidad tecnológica se utiliza en los análisis internos del Mincomercio, por lo menos desde 2007. Incluso, en la página web está disponible un documento elaborado por la Oficina de Estudios Económicos en diciembre de ese año (“Exportaciones de Colombia: Un análisis por intensidad tecnológica”), que incluye un anexo con la metodología de cálculo. Adicionalmente, desde marzo de 2008 el Dane publica un cuadro de exportaciones con esta clasificación; sin embargo, comenzó publicándola para las exportaciones totales y desde finales de ese año lo hace sólo para las no tradicionales.

Justamente las restricciones señaladas por el Ministro llevan a pensar en la conveniencia de sustituir la clasificación de tradicionales y no tradicionales, por una que sea de fácil comprensión y cálculo por los analistas, pero que además sea compatible con la de intensidad tecnológica. De ahí surgió la separación entre minero-energéticas y no minero-energéticas.

Con esta clasificación al gobierno no se le “olvida que la meta de Colombia no es convertirse en un país minero”. Justamente lo que permite es destacar el desempeño de las exportaciones industriales y las de productos primarios del agro.

El gobierno aceptó la propuesta de Analdex, pero con el fin de triplicar las exportaciones no minero-energéticas, lo cual desvirtúa esa apreciación del “olvido”. Adicionalmente, la respuesta del Ministro indica la necesidad de complementar la propuesta con el seguimiento a los índices de comercio intraindustrial y a los de concentración por productos y por mercados. Esos tres componentes apuntan a un monitoreo continuo que permita preservar y fortalecer las exportaciones de valor agregado ante el potencial riesgo de enfermedad holandesa.

Los analistas como el doctor Cárdenas tienen razón en la necesidad de modernizar la clasificación de las exportaciones. Ahora es importante su contribución al uso, difusión y comprensión de la agrupación en minero-energéticas y no minero energéticas.

De clase mundial

martes, 11 de octubre de 2011
Publicado en el diario La República el 29 de septiembre de 2011


En el Acuerdo Para la Prosperidad (APP) del pasado 24 de septiembre, se hizo el relanzamiento del Programa de Transformación Productiva (PTP). Este es un programa del gobierno que se inició hace tres años con el objetivo de convertir algunas actividades productivas en sectores de clase mundial.

El fundamento del PTP está en los trabajos de McKinsey Global Institute sobre la competitividad de los países. Las investigaciones de esta entidad demostraron que ningún país es sobresaliente en todos los campos de la actividad productiva. Por el contrario, las economías más competitivas sólo son excepcionalmente buenas en un puñado de sectores.

Japón, por ejemplo, tiene las productividades más altas en los sectores de automóviles, autopartes, acero, electrónica y metalmecánica. Como resultado de los encadenamientos productivos, los sectores vinculados a ellos también aumentan su productividad, aun cuando no necesariamente alcanzan a ser de clase mundial. Pero en conjunto contribuyen a que la economía japonesa se ubique como una de las más competitivas.

En el caso de Colombia no hay ni un solo sector de clase mundial. Los de mayor productividad apenas alcanzan el 50% de la de Estados Unidos, que es el país de referencia. Justamente el objetivo del PTP es incrementar la productividad de la economía en general, sobre la base de desarrollar sectores de clase mundial.

Actualmente hay doce sectores en el PTP, clasificados en tres grupos. Los establecidos, que incluyen energía eléctrica, comunicación gráfica, autopartes y moda. Los nuevos, integrado por cosméticos, turismo de salud, tercerización de procesos de negocio (BPO&O) y software y tecnologías de la información. Y la Ola Agro, que apenas está iniciando actividades, conformado por camaronicultura, ganadería vacuna, chocolatería y confitería, y palma, aceites y grasas vegetales.

En el APP se anunció la entrada de otros dos sectores: lácteos y turismo de naturaleza. A ellos se sumarán dos más, mediante un concurso cuya convocatoria está abierta desde el 26 de septiembre. Como complemento, hay un grupo en “incubación”, conformado por industria aeronáutica, audiovisuales y artes escénicas.

Esto significa que Colombia se la va a jugar con cerca de veinte sectores, para lograr al menos cuatro o cinco sectores de clase mundial. Sólo aquellos que tengan el mayor compromiso, creatividad e innovación lograrán mejorar su competitividad hasta los estándares mundiales, pero se espera que todos los participantes aumenten notablemente sus niveles actuales de competitividad.

Las labores del PTP se orientan a mejorar el entorno en el cual se realiza la actividad productiva de cada sector. Los equipos de trabajo tienen la tarea de detectar los cuellos de botella que restringen su desarrollo en las áreas de capital humano, infraestructura, marco legal y fortalecimiento institucional. No hay subsidios, ni protección arancelaria, ni restricción de la competencia.

Con el relanzamiento reciente, se definieron reglas de juego que llevarán al establecimiento de indicadores de seguimiento de los avances de cada sector en productividad y en las metas establecidas de crecimiento del empleo y de las exportaciones, de forma que puedan ser evaluados públicamente.

De igual manera, cabe esperar que se defina el tiempo de permanencia en el programa. Habrá sectores que logren sus resultados más rápido que otros; pero también puede ocurrir que algunos enfrenten barreras infranqueables para su desarrollo. Lo cierto es que el PTP es la oportunidad para que Colombia logre aumentos sustanciales de su competitividad, que le permitan una mejor inserción en la economía globalizada y sacar mayor provecho del acceso preferencial permanente que brindan los tratados de libre comercio.

Balanza comercial industrial

martes, 27 de septiembre de 2011
Publicado en Ámbito Jurídico el 19 de septiembre de 2011

Hay inquietudes sobre el creciente déficit comercial del sector industrial. El tema requiere una cuidadosa evaluación para no incurrir en apreciaciones erradas y en la demanda de “paliativos” que pueden resultar inadecuados.

En apariencia las cifras conceden la razón a quienes dan las señales de alarma. Tradicionalmente el sector industrial colombiano ha sido deficitario en materia de comercio internacional, pero el déficit que en 2005 ascendió a US$5.900 millones, en 2010 llegó a US$18.100 millones y en el primer semestre del presente año ya suma US$12.300 millones.

El tema no se registra solo en Colombia. En países como Brasil la situación parece más compleja, pues de un superávit industrial de US$5.400 millones en 2006, se pasó a un déficit de US$71.200 millones en 2010 y a uno proyectado de US$102 mil millones en 2011.

Es evidente, por lo tanto, que hay un crecimiento considerable del déficit comercial del sector industrial, y que no es un fenómeno que afecte de manera exclusiva a Colombia. La explicación no radica en una contracción de las exportaciones industriales, pues las estadísticas muestran ellas crecieron en los últimos años y sólo se redujeron en 2009, como consecuencia de la crisis mundial. Sin embargo, cabe anotar que la recuperación de las importaciones fue más rápida que la de las exportaciones industriales.

Cabe ahora preguntarse si es necesario que cada sector o subsector de la actividad económica de un país sea superavitario en sus relaciones con el resto del mundo. No hay razones para pensar que ello deba ser así. Pero un creciente saldo negativo puede ser un indicio de problemas de competitividad o de desindustrialización, o de rezago en el desarrollo de nuevos sectores.

Surge entonces la necesidad de explicar por qué están creciendo las importaciones industriales. En lo que sigue, se proponen, a manera de hipótesis, algunas líneas de análisis para abordar el tema.

Una explicación posible es que el incremento en la inversión conlleve un mayor componente importado. Así, por ejemplo, en los años recientes la mayor parte de los flujos de inversión extranjera directa se ha orientado a los sectores de hidrocarburos y minería, que demandan bienes de capital e insumos que no se producen en el país; también se debe tener en cuenta que el crecimiento de las obras públicas demanda bienes importados, y ellas fueron un instrumento de la política contracíclica para amortiguar los impactos de la crisis mundial de 2008-2009.

Esta hipótesis parece corroborarse al observar que la importación de bienes de capital aumentó de US$7.300 a US$14.000 millones entre 2005 y 2010, en tanto que sus exportaciones apenas pasaron de US$1.300 a US$1.600 millones. De esta forma se explicaría cerca del 50% del incremento en el déficit comercial industrial en ese periodo.

Otra explicación posible es el aumento en la importación de bienes que no se producen en el país. Para tener una aproximación, se tomaron los registros de producción nacional del Ministerio de Comercio, Industria y Turismo y se calcularon las importaciones de este tipo de productos, presumiendo que la diferencia con el total corresponde a no producidos.

Si a partir de los datos anteriores se calcula una balanza comercial industrial hipotética en la que a las exportaciones solo se le restan las importaciones que compiten con la producción nacional, el resultado es superavitario en el periodo analizado (2005-2010). Se observa que el superávit hipotético fue creciente hasta 2008, cuando llegó a US$9.500 millones y descendió en los dos años siguientes, lo que se explica porque las importaciones recuperaron el nivel pre-crisis en 2010, mientras que las exportaciones no lo han logrado.

La síntesis de este ejercicio hipotético es que alrededor del 67% de las importaciones totales corresponde a bienes no producidos (en el sentido de que no tienen registro de producción nacional).

En este tipo de importaciones quedan comprendidos los bienes de alta tecnología que no tienen producción en el país o que son complementarios con la oferta nacional y que están creciendo su consumo por diferentes razones. Es el caso de las aeronaves, los automotores, los celulares, los televisores, los computadores y los productos farmacéuticos. Ellos representan alrededor del 30% de las importaciones totales de 2010.

Una última forma de analizar el comportamiento de las importaciones industriales es su participación en el consumo del país (medido en la contabilidad nacional). Los cálculos indican que en 2005 representaban el 15,6% del consumo total y su peso relativo creció hasta el 18% en 2008, para luego descender al 16% en 2010.

En este contexto es evidente que el crecimiento de las importaciones puede relacionarse con la inversión en sectores intensivos en capital y con el mayor consumo de bienes de alta tecnología; en muchos de ellos no hay producción nacional o es complementada por las compras al resto del mundo, como ocurre con los automotores y los productos farmacéuticos.

No obstante, no hay un cambio significativo en la participación de las importaciones en el consumo total, lo que da indicios de que ellas no están repercutiendo en un desplazamiento de la industria nacional en la atención del consumo de los hogares y del gobierno.

No se puede descartar que haya un crecimiento de bienes que compiten con la producción nacional, lo cual debe entenderse como normal en una economía crecientemente globalizada. Tal situación plantea un reto de competitividad a los empresarios nacionales, pues es la condición básica para poderse integrar en las cadenas globales de valor, hacia las cuales se está moviendo el mundo.

Triplicar las exportaciones

Publicado en el diario La República el 16 de septiembre de 2011


El gobierno le “cogió la caña” a la propuesta realizada por Analdex en el marco del XXIII Congreso Nacional de Exportadores; como ella se basa en una alianza público-privada, el país quedó embarcado en la meta de triplicar en 10 años las exportaciones no minero-energéticas (para abreviar, en adelante se nombran como no mineras). Esto significa llevarlas desde cerca de US$17 mil millones que se estiman para este año, a una cifra del orden de los US$51 mil millones.

Algunos se preguntaron enseguida por qué excluir las exportaciones mineras, cuando en la producción moderna ya no operan como enclaves y hay actividades industriales que se pueden desarrollar alrededor de ellas.

En apariencia, hay razón en el comentario, pues, a manera de ejemplo, es conocido el desarrollo de la metalmecánica en Barrancabermeja, especialmente por pymes, como consecuencia de la explotación de petróleo y de la actividad de refinación.

Como lo señaló el Ministro Díaz-Granados, no se trata de menospreciar las exportaciones minero-energéticas, cuando son ellas las que están aportando más del 50% de las exportaciones del país. Lo que ocurre es que en un mundo que camina hacia la escasez de este tipo de productos, no son necesarios grandes esfuerzos de comercialización para encontrarle compradores, ni hay que buscar la remoción de barreras de entrada.

No sólo no tienen problemas para crecer el volumen exportado, como lo vienen haciendo, sino que los altos precios internacionales de los minero-energéticos los convierten en la mayor fuente de riesgo de generación de la enfermedad holandesa. Además de los crecientes ingresos por exportaciones, la inversión extranjera orientada a la exploración y explotación, genera presiones adicionales sobre la tasa de cambio.

De esta forma, la combinación de mayor volumen exportado y altos precios permite a las empresas exportadoras compensar la apreciación cambiaria y mantener su estabilidad financiera.

Pero en el caso de los no mineros, el tema es diferente. Son productos que no se “venden solos” y, por el contrario, hay que desplegar importantes esfuerzos comerciales y acciones del gobierno.

Aun cuando en el grupo se incluyen algunos bienes primarios que también pueden obtener compensación parcial por la revaluación vía precios, requieren de bienes públicos para su acceso a otros mercados; tal es el caso de los acuerdos comerciales y de la admisibilidad sanitaria en los productos agropecuarios. De igual forma, estos productos pueden crecer su valor agregado mediante diversos grados de transformación industrial.

Los no mineros también incluyen los productos industriales con diversos grados de complejidad tecnológica; ellos enfrentan una mayor competencia global y están más expuestos a sentir los impactos de la enfermedad holandesa, al perder competitividad por excesivos niveles de apreciación de la moneda.

Es evidente por lo tanto, que, reconociendo la importancia de los productos minero-energéticos por su aporte a las metas de exportación y a la oferta de divisas que el país necesita para importar los bienes, servicios, tecnología y conocimientos que no produce, hay que establecer la diferencia con los no mineros. Ella ayudará al seguimiento estrecho de la forma en que una potencial enfermedad holandesa las empiece a afectar y permitirá preservar los avances que el país ha realizado en los últimos años en materia de diversificación.

En síntesis se trata de una buena propuesta de los exportadores, que además tiene dos virtudes. Por un lado, implica un alto compromiso del sector privado para avanzar en el objetivo. Por otro, fortalece la idea de contar con metas de largo plazo, que superen los periodos presidenciales y tiendan a convertirse en políticas de Estado.

Más allá de los TLCs

Publicado en el diario La República el 1 de septiembre de 2011


Recientemente un destacado analista hizo su particular evaluación de la agenda comercial de Colombia. Da a entender que las negociaciones han sido una reacción a la demora en la aprobación del TLC con Estados Unidos y al colapso del comercio con Venezuela. Asegura que los mercados con los que se han firmado acuerdos son pequeños y de bajo potencial y sostiene que el país está rezagado en el logro de acceso preferencial a otros mercados.

No es cierto que la agenda comercial haya sido una respuesta a las dos situaciones mencionadas. Ese argumento se desmorona con un repaso cronológico.

El Consejo Superior de Comercio Exterior aprobó en noviembre de 2004 la “Agenda para la integración dinámica de Colombia en el mundo”; ella estableció una priorización de las economías con las cuales el país podría buscar acuerdos comerciales. El escalafón surgió de una metodología basada en criterios técnicos y no del afán de buscar alternativas por presuntas dificultades en la aprobación del TLC con Estados Unidos, pues la negociación apenas había comenzado seis meses antes.

Como los ejercicios técnicos tomaron varios meses, podemos presumir que la idea de elaborar la “Agenda” fue, por lo menos, contemporánea con el arranque de la negociación con Estados Unidos.

La negociación con ese país terminó en febrero de 2006 y el tratado se firmó en noviembre del mismo año; hizo su trámite en el Congreso colombiano en 2007 y fue declarado exequible por la Corte Constitucional en 2008. Lo que está pendiente para su vigencia es la aprobación en el Congreso estadounidense.

Pero antes de la firma, ya se había negociado el acuerdo con Chile y había comenzado la del Triángulo Norte de Centroamérica (TNC) – conformado por Guatemala, Honduras y El Salvador–. Y las dificultades comerciales en Venezuela iniciaron en 2009; para esa fecha ya habían terminado las negociaciones de Chile, Canadá, EFTA y Triángulo Norte y había comenzado la de la Unión Europea. Por lo tanto, es evidente que en 2006 no había los problemas que se mencionan.

Salvo que sea un error, no se entiende cómo se pueden considerar pequeños los mercados de países como Canadá, la Unión Europea y EFTA, que son grandes importadores no sólo de bienes no tradicionales intensivos en mano de obra sino también de productos primarios en los que el país tiene que evolucionar en la agregación de valor. Pero incluso en mercados como el del TNC, con importaciones de US$31 mil millones en 2010, de las cuales Colombia apenas participa con cerca del 2%, su importancia radica no sólo en la posibilidad de crecer el peso relativo en comercio, sino en fortalecer los flujos de inversión colombiana bajo reglas de juego claras.

En ese contexto, no es claro cómo se critica al gobierno colombiano por negociar con estos países, pero se alaba a los de Chile y México porque cuentan con 16 y 14 tratados comerciales, respectivamente. Tal vez el analista no revisó que entre los acuerdos de México y Chile están Nicaragua, Costa Rica, TNC, Panamá, y Uruguay, entre otros.

Por último, está la crítica al rezago del país en materia de tratados negociados. En este aspecto tiene razón el analista, pues a pesar del mandato de la reforma constitucional de 1991 pocos avances hubo en la década siguiente. Esa fue una de las justificaciones para diseñar e implementar la agenda de negociaciones.

Según la Cepal, en 2004 Colombia apenas tenía acceso preferencial permanente para el 24% de las exportaciones, mientras que el promedio de América Latina superaba el 60%.

Si se cumple la meta del gobierno de tener 13 TLCs vigentes para 2014, el país exportará alrededor del 85% con acceso preferencial permanente. Entonces se habrá alcanzado lo que un buen número de países de la región logró 10 años antes.

Asia: mirar al pasado y al futuro

viernes, 19 de agosto de 2011
Publicado en el diario La República el 18 de agosto de 2011


En las discusiones contemporáneas sobre la globalización y la creciente importancia de Asia–Pacífico, suele pasarse por alto que esa región del mundo fue la de mayor importancia económica global por muchos siglos y que su aporte fue decisivo para el avance de la ciencia y la cultura occidentales.

El nobel de economía Amartya Sen destaca que gracias a los vínculos comerciales, que él interpreta como una etapa previa de la globalización moderna, muchos conocimientos fluyeron de Asia a Europa: “Alrededor del año mil, la difusión global de la ciencia, la tecnología y las matemáticas cambiaba al viejo mundo pero provenía de una dirección contraria a la actual. Los mapas y la imprenta, la ballesta y la pólvora, el reloj y el puente sostenido con cadenas de hierro, la cometa, la brújula, la carretilla y el ventilador giratorio –todos ellos, ejemplos de la alta tecnología de hace un milenio– se utilizaban comúnmente en China y otros territorios ignotos”. A esto le suma el sistema decimal –desarrollado en la India entre los siglos II y IV y complementado posteriormente con aportes árabes–, que llegó a Europa hacia el siglo X.

Según las mediciones realizadas por Angus Maddison, el famoso economista historiador inglés fallecido el año pasado, entre el año 1 y 1820, en promedio, el 66% del PIB mundial era aportado por Asia, pero esa participación venía declinando desde el año 1600 (los cálculos se basan en una metodología diferente a la usada actualmente en cuentas nacionales, pero permite comparaciones de los resultados de este investigador para toda las series obtenidas). En términos del PIB per cápita, la mayor parte de Asia, especialmente China e India, superaban los niveles de Europa Occidental.

En su obra “La economía mundial: Una perspectiva milenaria”, Maddison atribuye esa declinación a la inexplicada adopción de una política autárquica en China y, posteriormente, al estancamiento inducido por la dominación colonial de buena parte de Asia. Señala Maddison que “en el siglo XV, China renunció a desempeñar un papel activo en el comercio asiático, impuso rígidos controles sobre el comercio privado y un embargo sobre el comercio con Japón”. Estos hechos permitieron a Europa Occidental ampliar la brecha de ingreso per cápita con los pueblos asiáticos, a los cuales había dado alcance en el siglo XIV.

La era moderna del crecimiento económico, que nació con la revolución industrial y la ampliación del comercio mundial desde el siglo XIX, repercutió en la mayor importancia relativa de las economías europeas y de Estados Unidos, mientras que las asiáticas la perdían cada vez más. En el caso de China, una vez suprimida la dominación colonial, empezó el régimen comunista liderado por Mao Tse–Tung, que llevó a esta economía a ser una de las más pobres del mundo a finales de los años setenta del siglo XX.

La notable recuperación de Japón de la destrucción ocasionada por la Segunda Guerra Mundial, la apertura económica de Corea, Taiwán, Singapur y Hong Kong, el abandono de China de la autarquía comunista desde 1978 y el cambio de modelo de desarrollo en la India a partir de 1991, revirtieron la tendencia descendente de casi dos siglos y pusieron al Asia en la senda de la recuperación de su importancia relativa en el contexto mundial.

La medición más reciente que dejó Maddison muestra que entre 1950 y 2008 la participación de Asia en el PIB mundial aumentó del 18.6% al 43.7%. Esto evidencia que la dinámica de Asia no corresponde al fenómeno de las economías emergentes sino al de economías renaciendo; que la autarquía generó el rezago en su desarrollo; y que estos elementos indican la importancia para Colombia de fortalecer la relación comercial con esa región del mundo.

El centavo para el peso

lunes, 15 de agosto de 2011
Publicado en el diario La República el 4 de agosto de 2011

Como suele suceder con la política económica, la reforma arancelaria adoptada a finales del año anterior fue de buen recibo para unos segmentos del empresariado y de la opinión y sometida a una lluvia de críticas por otros.

Entre las críticas, se censuró el uso de la clasificación Cuode como base, porque presuntamente es obsoleta; y se dijo que el déficit fiscal se iba a incrementar en un billón de pesos y que el país se iba a llenar de productos importados que acabarían con la producción nacional.

No existe clasificación perfecta, por lo que siempre hay margen para la crítica; pero los críticos no ofrecen un criterio serio y riguroso que sustituya o mejore el propósito del gobierno de tener un referente técnico lo más objetivo posible. Justamente reconociendo las imperfecciones de la clasificación, se han realizado dos ajustes a la reforma de noviembre de 2010.

Con relación al presunto hueco fiscal que se iba a generar con la reforma, los hechos muestran lo contrario. Por la dinámica de las importaciones, los recaudos, lejos de caer, crecieron 5.7% anual en el acumulado entre noviembre de 2010 y mayo de 2011.

Por lógica elemental, una reducción de aranceles debería ocasionar una caída del recaudo; así lo esperaba el gobierno, aun cuando en menor cuantía a la sugerida por algunos analistas, pues parte de la reducción sería compensada por el impacto positivo del mayor crecimiento del PIB en la tributación. Pero como el recaudo creció, el resultado ahora es interpretado como evidencia de enfermedad holandesa y aceleración de la desindustrialización.

¿Acaso se llenó el país de productos importados? Esta crítica pareciera comprobarse con el notable crecimiento que registran las importaciones. No obstante, basta ver su tendencia durante los últimos años –no sólo en Colombia, sino en cualquier país del mundo–, para entender que ellas van de la mano de las exportaciones. A medida que crecen estas últimas, el país tiene mayor capacidad de compra en los mercados internacionales, lo que permite la adquisición de los bienes, servicios y tecnología que no se producen localmente o que se producen en cantidades insuficientes para atender la demanda interna.

Así, en el acumulado a mayo las exportaciones están creciendo al 36% anual y las importaciones al 41%, a la vez que se registra un superávit de US$1.763 millones en la balanza comercial.

Los análisis periódicos que elabora el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo para hacer seguimiento a la reforma arancelaria no han detectado un cambio estructural en el comportamiento de las importaciones, a partir de noviembre de 2010. Sólo en un tipo de producto se registró un salto atípico entre abril y mayo de 2011, pero es prematuro afirmar si es un cambio estructural; es necesario esperar a los resultados de los meses siguientes para precisarlo.

En cambio se observa que las importaciones de bienes de capital y de insumos crecen más que las de bienes de consumo, de donde resulta endeble el argumento de desindustrialización inducida por la reducción de los aranceles. Esto último lo corrobora el buen crecimiento de la producción industrial y las positivas expectativas de los empresarios en las encuestas de opinión, tanto de la Andi como de Fedesarrollo.

En las decisiones económicas del gobierno los analistas continuamente perciben que “faltó un centavo para el peso”; esto es parte de la naturaleza de la política económica, pues ella no ocasiona los mismos efectos en todos los agentes económicos. En plata blanca eso significa que siempre hay razones para criticar. Desde luego los comentarios y las críticas son parte esencial de la construcción de buenas políticas, pero algunos críticos parecen adoptarlas como profesión y no como contribución.


Impacto fiscal de las zonas francas

martes, 26 de julio de 2011
Publicado en Ámbito Jurídico No. 326 el 25 de julio de 2011


El reciente estudio “Zonas francas: beneficios tributarios en el impuesto de renta”, realizado por Jorge Ramos y Karen Rodríguez, investigadores del Banco de la República, aborda temas importantes para un debate serio sobre las zonas francas (ZF).

No obstante, los medios se centraron en algunas frases aisladas de la publicación sin tener en cuenta sus posibles limitaciones y, en cambio, dejaron de lado la sustancia de la investigación. Es necesario resaltar los aportes y señalar ciertas restricciones y posibles omisiones que, de ser corregidas, contribuirán en mayor medida a la compresión del impacto de las ZF.

El objetivo del trabajo es interesante, pues se propone medir el impacto de las ZF en el recaudo de impuestos y la magnitud de los beneficios otorgados; para el análisis del primer aspecto limitan la investigación al impuesto de renta y para el segundo a la tarifa de renta y la deducción por inversión en activos fijos.

En el régimen de ZF vigente hasta 2006 las utilidades derivadas de las exportaciones tenían un impuesto del 0%, mientras que las obtenidas por bienes enviados al territorio aduanero nacional eran gravadas con la tarifa ordinaria; si fuera la actual, sería del 33%.

En el nuevo régimen, la tarifa es del 15% independientemente de si las utilidades son generadas por exportaciones o por nacionalizaciones. Valga decir, que a las utilidades que tenían impuesto del cero por ciento, les fue aumentada la tarifa al 15%; y las que tenían impuesto del 33%, les fue reducido al 15%.

De esta forma, el efecto neto depende de cuál sea la composición de las ventas de las empresas localizadas en las ZF. Si la mayor parte es para el mercado nacional, se les redujo el impuesto; pero si es para el mercado internacional, se les aumentó.

El estudio muestra que el impacto tributario de las ZF es inferior al que plantean los críticos. Pero los autores incurren en una imprecisión al incluir los recaudos y beneficios de las actividades comerciales; ellas no deberían contabilizarse, puesto que no son beneficiarias del régimen franco y por lo tanto les aplican las tarifas ordinarias del impuesto de renta. Para el caso de la deducción por inversiones en activos estas empresas podían hacer uso de ella igual que cualquier empresa del país; por lo tanto, tampoco debería incluirse en los cálculos.

De esta forma, el recaudo por impuesto de renta, descontando la actividad comercial, representó en 2008 el 0.26% del total y es 3.3 veces superior al de 2000. Y los beneficios obtenidos equivalen en 2008 al 0.54% del recaudo total de renta y es seis veces superior al de 2004.

En el número de veces que crece el recaudo de impuesto de renta influyen dos aspectos: a) El crecimiento del número de empresas beneficiarias del régimen franco; mientras que en 2000 había 96, en 2008 sumaban 325. b) La tasa ordinaria antes de 2007 sólo aplicaba a las utilidades generadas en la nacionalización de mercancías, mientras que a partir de ese año la tarifa del 15% aplica a todos los destinos.

Restando el recaudo y los beneficios se obtiene que el costo neto de las ZF en 2008 (que no calculan los autores) representó apenas el 0.28% del recaudo total del impuesto de renta. Puesto que la deducción por inversiones fue eliminada a partir del año gravable 2011, probablemente los estudios futuros encontrarán que el resultado neto puede mantenerse bajo o incluso ser positivo para la sociedad.

Para los estudios futuros, es importante tener en cuenta que antes de 2007 había dos tarifas de renta en las ZF y desde entonces sólo aplica una. Esto permitirá corregir un error en el que incurren al señalar que la tarifa efectiva de renta era del 35% y cayó a cerca del 15%.

Por último, aun cuando el objetivo del estudio no es una evaluación general de las zonas francas, y así lo señalan expresamente los autores, hacen comentarios sobre el cumplimiento de los compromisos de inversión y empleo, que no son precisos y, además de desviarlos del propósito inicial, son los que los medios convierten en “noticias”.

Afirman que “al final del año 2010 solo se había logrado la ejecución del 18,5% de los compromisos de empleos directos y el 31,2% de los empleos indirectos”. “De la meta de inversión establecida, solo se ha ejecutado el 46,3% que corresponde a $5,6 billones”.

En el régimen actual las ZF especiales cuentan con un plazo de tres años para realizar los compromisos de inversión y las permanentes con cinco años; si no cumplen, pierden los beneficios del régimen franco. Siendo así, sólo las cinco ZF especiales aprobadas en 2007 tendrían que haber cumplido ya sus compromisos; cuatro ya lo hicieron y una pidió una prórroga de un año. Y las cinco permanentes del 2007 y todas las aprobadas de 2008 en adelante todavía tienen tiempo para cumplir.

En síntesis, el trabajo contribuye a la mejor comprensión de las ventajas y desventajas de un instrumento que, pese a las polémicas que genera, contribuye al crecimiento económico, la generación de empleo y la competitividad del país. Y es muy bueno que las evaluaciones se empiecen a hacer desde un momento tan temprano en la ejecución, pese a que ello impone restricciones al análisis y a los resultados.

Salud industrial

viernes, 22 de julio de 2011
Publicado en el diario La República el 22 de julio de 2011


El mes anterior “descubrieron” nubes negras que presagiaban el deterioro de la salud del sector industrial. Se enunció que el inusitado crecimiento del comercio minorista entre abril de 2011 y abril de 2010 (23.2%) comparado con la débil variación de la producción industrial (2.0% en el mismo periodo), evidenciaba una situación poco deseable de creciente abastecimiento con importaciones y podría ser un síntoma más de desindustrialización.

En el análisis económico no es aconsejable sacar conclusiones con un solo punto de referencia. Lo deseable hubiera sido preguntarse por qué el cambio, si en marzo los crecimientos de comercio e industria fueron 14.6% y 5.4% anual; usar toda la información de las investigaciones del Dane sobre manufacturas y comercio; y contrastar con las encuestas de opinión de Fedesarrollo y de la Andi.

Así, por ejemplo, la encuesta de la Andi mostró en abril una ligera desaceleración industrial, pero un repunte en mayo, de forma que el crecimiento acumulado en el periodo enero-mayo es del 6.3% anual (hasta abril era del 5.4%). En opinión del gremio “se presentan mayores niveles de producción y ventas, mayor utilización de la capacidad instalada, bajos inventarios, pedidos en aumento y un clima favorable para los negocios”.

Según la encuesta de Fedesarrollo de mayo, los empresarios perciben que la situación económica sigue mejorando, las expectativas de producción para los próximos tres meses mantienen una tendencia al alza y, a pesar de la revaluación, los empresarios exportadores también tienen perspectivas positivas.

Las propias encuestas del Dane para mayo corroboran esas percepciones de los empresarios. La industria creció 4.3% anual (más del doble de la del mes anterior) mientras que el comercio creció 11.5% (la mitad de la del mes de abril).

Pero quienes vieron las nubes negras difícilmente van a aceptar su imprecisión y se “mantendrán en sus trece”, afirmando que el problema persiste porque el comercio crece al doble de la industria.

A los pocos días de publicadas esas opiniones, se divulgaron los resultados del PIB del primer trimestre de 2011. El valor agregado industrial creció el 5.1% con relación al primer trimestre de 2010, mientras que el comercio lo hizo en 8.5%. Pero ocurre que la dinámica de éste último ha sido mayor que la industrial en 24 de los últimos 25 trimestres: ¿síntoma de un desastre industrial?

No es tan claro. El crecimiento de la industria respecto al trimestre anterior (3.5%) superó el del comercio (1.5%), hecho que no se observaba desde el primer trimestre de 2010. Por lo tanto, los nubarrones fueron “descubiertos” justamente cuando el valor agregado industrial registra un mejor dinamismo que el del comercio.

¿Entonces las mayores importaciones explican las diferencias? Difícilmente. Las importaciones de bienes de consumo están creciendo al 34% anual en el promedio enero–mayo, pero las de insumos y bienes de capital crecen más; por eso, mientras los primeros están perdiendo participación en el total (3 puntos porcentuales en lo corrido del año con relación a 2010), los otros la ganan.

Los datos de industria y comercio de mayo corroboran que gran parte de la diferencia entre las dos series se explica por el notable crecimiento de las ventas de autos: 11.5% anual al incluirlos y 4.6% al excluirlos.

Entonces lo que hay que explorar es qué ocurrió en abril con las ventas minoristas de productos diferentes a los automóviles. Las series de producción industrial y ventas minoristas sin automóviles, en general, se comportan de forma muy similar (4.3% versus 4.6% en mayo); pero en abril hay un salto difícil de explicar.

Mientras aparece un culpable, lo mejor es no seguir fabricando hipótesis con un solo árbol; también hay que mirar el bosque.

Industria y PIB

lunes, 18 de julio de 2011
Publicado en el diario La República el 7 de julio de 2011


El debate sobre la desindustrialización colombiana aparece y desaparece con alguna frecuencia; y de forma persistente se señala la pérdida de 10 puntos porcentuales en la participación de la industria en el PIB como demostración de la existencia de ese fenómeno.

El debate también está presente en las economías desarrolladas; pero le dan más importancia a la menor participación de la industria en el empleo que en el valor agregado en el PIB.

Por lo tanto, la desindustrialización es un hecho que se registra en cualquier economía y puede ser ocasionado por efectos de la política económica, o por la tendencia natural del desarrollo económico, postulada por economistas como Simon Kuznets, W.W. Rostow y Hollis Chenery. Según Kusnetz “desde hace tiempo se sabe que el crecimiento económico moderno implica cambios en la composición sectorial de la economía”.

De los 9.6 puntos porcentuales que perdió la industria en su participación en el PIB entre 1974 y 2010, el 55% obedece a cambios en la metodología o el periodo base de las cuentas nacionales. Así lo señala el Dane en un documento sobre el cambio de base del 2000 al 2005: “Comparando los resultados arrojados por las dos bases, se observan algunas modificaciones de la estructura productiva sectorial del año 2005, explicadas por los cambios en la importancia relativa en el valor de la producción (determinada por los volúmenes producidos y los correspondientes precios al productor) y por el comportamiento de las relaciones técnicas de producción de las actividades económicas, en particular del coeficiente técnico del consumo intermedio (C.I./Producción)”.

Esto indica dos fuentes de modificación. Cambios en la tecnología de producción, que se reflejan en mayor productividad. Y cambios en los precios relativos, por mejoras en eficiencia y productividad; si el precio de un bien es menor en términos de otros bienes, el mismo volumen de producción “valdrá” menos al expresarse en el nuevo precio.

De igual forma, los elevados precios de la industria durante la implementación del modelo proteccionista, muy superiores a los que se registran en una economía abierta, sobrestiman el valor agregado de este sector.

Por último, la calidad y la disponibilidad de la información afectan la composición sectorial del PIB. Hoy existe mayor oferta de estadísticas y con mejores metodologías que unas décadas atrás; como consecuencia, las mediciones recientes pueden indicar que el valor agregado de un sector es inferior o superior al estimado antes.

Con relación a la política económica, hay estudios que muestran cómo el modelo de sustitución de importaciones, que propendía por la industrialización, paradójicamente la truncó y evitó que siguiera una senda “normal”. Little, Scitovsky y Scott (“Industria y Comercio en algunos países en desarrollo”) señalan varios factores que frenaron el desarrollo industrial: subutilización de la capacidad instalada, por el uso de equipos sobredimensionados al tamaño del mercado; problemas de oferta de insumos importados, por las demoras en los trámites de licencias; escasa dinámica de la demanda por los altos precios resultantes de los elevados aranceles; y falta de financiación a las empresas por la atrofia del sector financiero (efecto “represión financiera”).

En consecuencia, el sector industrial de Colombia no alcanzó la participación esperada en el PIB (como en otras economías de la región), la estrechez del mercado forzó a su prematura declinación y, probablemente, su peso real se sobreestimó por los altos precios.

Esos son interesantes temas de investigación que pueden contribuir a explicar el 45% de la pérdida de participación de la industria en Colombia. Queda el balón en el campo de la academia y de los críticos de la política industrial.

América Latina

jueves, 23 de junio de 2011
Publicado en el diario La República, el jueves 23 de junio de 2011


La semana anterior, en el marco del Congreso de la Association of American Chambers of Commerce in Latin America (AACCLA), el empresario chileno Raúl Rivera dio una conferencia, basada en las ideas centrales de su libro recién publicado “Nuestra hora. Los latinoamericanos en el Siglo XX”.

El principal mensaje de Rivera es la importancia de valorizarnos como región, de vernos como un bloque de gran impacto económico y estratégico a nivel global, en lugar de perpetuar una visión fragmentada de países violentos, sumidos en la pobreza y causantes del problema mundial de narcotráfico; esa es una visión de perdedores que no concuerda con la realidad de América Latina y el Caribe.

La idea de combatir la visión pesimista, que frecuentemente invade la región, va en la misma dirección señalada por Óscar Arias, premio nobel de paz y expresidente de Costa Rica: “América Latina tiene todo para dejar de ser el objeto de la broma cruel que nos persigue desde hace ya varias centurias, aquella broma que nos dice que somos el continente del mañana… y siempre lo seremos”.

América Latina y el Caribe (ALC) tiene unas dimensiones de las que no somos plenamente conscientes: Su área geográfica sólo es superada por Asia y África; es dos veces más grande que Estados Unidos o China. Es la quinta economía más grande del mundo, después de Europa, Estados Unidos, Japón y China. Desde un punto de vista estratégico, es una de las principales regiones exportadoras netas de metales, de frutas, de alimentos almacenables (azúcar, miel, cacao, chocolate, té, condimentos, aceites vegetales y animales) y de las más ricas en agua para el consumo. Cuenta con una de las mayores reservas forestales lo que la convierte en un valioso pulmón para el mundo. No somos una región pobre; la población es de clase media, con un ingreso per cápita similar al promedio mundial.

“Más de 300 millones de latinoamericanos han alcanzado un nivel de vida propio de la clase media, con un ingreso de hasta veinte mil dólares anuales. Esta clase media emergente representa entre un 50% y un 60% de la población regional, comparado con un poco más del 40% de los latinoamericanos hace menos de una década y con un 64% en los Estados Unidos” (Rivera, página 135).

Esas características de ALC frente a un panorama mundial en el que predominan los problemas de oferta de energía (por el estancamiento y probable reducción de las reservas de combustibles fósiles), una creciente demanda de alimentos y la tendencia al agotamiento de las fuentes de agua para el consumo humano, generan innumerables oportunidades que, de ser aprovechadas, deberían apalancar y acelerar el desarrollo de la región.

Desde luego, también significan un enorme riesgo de enfermedad holandesa, que puede tirar por la borda los esfuerzos de diversificación de la estructura productiva, enfocada en sectores de más valor agregado.

Pero asimismo existen las alternativas para enfrentar ese problema en la propia región: las exportaciones de valor agregado. Mientras que en Europa el comercio intrarregional representa cerca del 70% de sus exportaciones, en la zona del Nafta el 60% y en Asia Oriental alrededor del 50%, en ALC escasamente llega al 20%. El indicador muestra que la región ha sido poco proclive a la integración real, pues no hay un aprovechamiento pleno de los acuerdos comerciales que se han negociado. Por lo tanto, hay un amplio margen para crecer el comercio, generar cadenas de valor y fortalecer la producción industrial y de servicios.

El gran reto está en pasar de la visión y del potencial a la realidad, para no perpetuar la broma a la que alude Arias. Ello implica romper esa faceta de los latinoamericanos que Albert Hirschman denominó la “fracasomanía” o el “complejo del fracaso”.

“Made in the World”

Publicado en el diario La República el 9 de junio de 2011


En la web de la Fundación Universitaria San Martín reseñan una conferencia sobre la política industrial en Colombia. Allí se afirma que “la desindustrialización del país es alarmante y el crecimiento de la importación de productos colombianos fabricados en el exterior es creciente. Prendas de vestir, morrales, camisas y otros productos de firmas nacionales llegan ahora de lejanos centros de producción”.

¿Esto es malo? ¿Alguien ha verificado si esas empresas exportan insumos que se suman a otros del exterior para ser procesados en un tercer país? ¿Este hecho es prueba de la carencia de una política industrial? ¿O constituye una evidencia de un presunto proceso de desindustrialización del país?

Quizás lo que hay en el fondo es el desconocimiento de un fenómeno que no es tan nuevo en el mundo, aun cuando pueda serlo en Colombia: la fragmentación geográfica de los procesos de producción. Es tan marcada esta tendencia, que en el seno de la OMC y en los medios académicos del mundo se está debatiendo su impacto en la medición de los flujos de comercio; ya no se puede medir la balanza comercial por el país de origen de un bien final, sino por el valor agregado en cada país que participa en el proceso.

En el “Informe sobre el comercio mundial 2008”, la OMC señaló: “los revolucionarios adelantos en la tecnología del transporte y (especialmente) de las comunicaciones han permitido una desintegración histórica del proceso de producción al resultar cada vez más viable y rentable para las empresas llevar a cabo distintas fases de producción en lugares dispares”.

Y en el “Informe Anual 1998”, el mismo organismo afirmó que “un número cada vez menor de productos puede producirse hoy de manera competitiva sólo sobre la base de insumos nacionales”.

En este contexto, lo que el país podría estar presenciando es la inserción de empresarios colombianos de avanzada en esta tendencia de la globalización. Las cadenas globales de valor son la expresión de la forma en que se está organizando la producción, y las empresas que no se incorporen en ellas serán crecientemente marginadas. El problema es que Colombia y la región están rezagadas, como lo evidencian los indicadores de comercio intraindustrial.

En la medida en que los productos finales no se producen integralmente en un solo territorio, sino que necesitan del concurso de empresas de varios países, aumenta el comercio mundial de insumos y bienes en proceso.

El índice de Grubel y Lloyd es utilizado para medir la intensidad del comercio intraindustrial. Cuando su valor está por encima de 0.33 indica que es alto el comercio de este tipo entre dos países y cuando está entre 0.10 y 0.33 muestra que hay un potencial no desarrollado. Las economías desarrolladas y las asiáticas de rápido crecimiento, incluyendo China, registran índices altos con sus principales socios.

En cambio, en el caso de los países de América Latina, son muy pocos los casos en los que hay un alto comercio intraindustrial. Colombia sólo lo tiene con Ecuador, y está en nivel de potencial con Brasil, Chile, Costa Rica, México, Perú, Uruguay y Estados Unidos. Con los demás países de la región el índice es inferior a 0.10.

Esos resultados muestran que aún es muy bajo el aprovechamiento de los acuerdos comerciales en la región y que es escaso el vínculo con las cadenas globales de valor. Esas “nuevas” importaciones que asustan a algunos analistas podrían ser el incipiente comienzo de ese proceso en Colombia.

En todo caso afirmar que es alarmante la desindustrialización o sugerir que esas importaciones son negativas sin aportar pruebas, no contribuye a la superación de las supuestas falencias de la política de desarrollo empresarial que se ha venido construyendo en Colombia en las últimas décadas.

Desindustrialización

jueves, 2 de junio de 2011
Artículo publicado en Ámbito Jurídico No. 322 el 30 de mayo de 2011


El argumento más reciente de quienes dicen que en Colombia no hay política industrial es la existencia de un fenómeno de desindustrialización en los últimos 40 años, con tendencia a acentuarse por la falta de acciones públicas para el desarrollo de este sector. La evidencia del fenómeno, según ellos, es la caída de participación de la industria en el PIB desde 22% en los años setenta, hasta el 12% actualmente.

Para estos analistas “desde hace varios años no hay una política industrial” en Colombia, luego es lícito deducir que esa es la causa de la presunta desindustrialización.

Esa hipótesis y esas cifras merecen un cuidadoso análisis. En las últimas décadas la contabilidad nacional ha registrado varios cambios metodológicos y de año base, lo que dificulta las comparaciones históricas; por lo tanto, cuando se evalúan series largas del PIB y sus diferentes componentes, los analistas rigurosos tienen en cuenta esas limitaciones.

En el caso particular de la desindustrialización, la forma de medición presentada por los críticos no es rigurosa, al pretender corroborarla con los 10 puntos de participación perdidos por la industria desde mediados de los setenta hasta hoy. No tienen en cuenta que en ese lapso se han realizado al menos cuatro cambios de metodología o de año base en las cuentas nacionales, con la consecuente modificación de los pesos relativos de diferentes sectores.

Pero si su forma de medición fuera la prueba reina de la desindustrialización, las cosas serían peores en otros países como el Brasil, que según estos analistas es el modelo de política industrial a seguir: ¡la participación de la industria en el PIB cayó cerca de 16 puntos entre 1982 y 2009! Y entre máximo y mínimo, en Argentina se redujo 24 puntos, en Chile 17 y en Perú 14.

Si se toman las estadísticas históricas publicadas por el DNP, se observa que a precios constantes de 1975 la participación máxima de la industria fue de 23.5% del PIB en 1974 (no 22%) y luego descendió hasta 19.7% en 1994. Pero con la nueva metodología, que calculó el PIB a precios constantes de 1994, su peso relativo fue sólo de 15% en ese año. Esto significa una reducción de 3.8 puntos en 20 años, mientras que en un solo año cayó en 4.7 puntos, atribuibles a la metodología y al año base. Con el reciente cambio a precios de 2005, el peso relativo es del 13.9% en 2010 (no del 12%), con una diferencia media de 0.5 puntos porcentuales respecto a la base anterior.

Si se observa la importancia relativa de la industria en el PIB total con las dos últimas bases, se concluye que el cambio es marginal. En la base 1994 la participación pasó del 15.0% en 1990 a 15.1% en 2004, con una leve reducción durante la crisis de finales de los noventa. Y con la base 2005, su participación, que era de 13.9% en el 2000, se mantuvo igual en 2010, con un periodo de incremento hasta 14.4% en 2004.

En últimas, al presunto fenómeno de desindustrialización no se le pueden achacar 10 puntos de reducción de la participación de la industria en el PIB, sino a lo sumo cuatro o cinco en 40 años.

Pero como las metodologías de medición de los agregados económicos han mejorado con el correr de los años, se puede presumir mayor calidad en los cálculos recientes que en los de las décadas anteriores. Esto llevaría a una interesante hipótesis: el sector industrial ha tenido en la economía colombiana un menor peso relativo de lo que se creía con las antiguas metodologías de contabilidad nacional.

Y no sería un caso único, sino que podría ser un fenómeno generalizado en América Latina, lo que se refleja en la composición del empleo. El reciente libro del BID “La era de la productividad” menciona que en la región los “…intentos de industrializarse tuvieron un éxito parcial. Resulta muy notorio que la proporción del empleo en el sector industrial es inferior en América Latina que en Asia oriental y en el mundo desarrollado… A diferencia de los países desarrollados, que primero prosperaron con la industria y luego se transformaron en economías de servicios, las economías de la región se volvieron terciarias (productoras de servicios) a mitad de camino entre la pobreza y la prosperidad”.

Otro hecho interesante es que la mayor pérdida de participación se registró en plena vigencia de las políticas proteccionistas implementadas en Colombia bajo el modelo de sustitución de importaciones. Precisamente ese modelo postulaba como su eje central el desarrollo industrial que hoy reclaman los analistas de marras. Y el resultado de esas políticas fue un sector empresarial acostumbrado a capturar rentas, con bajos incentivos a la innovación y la mejora tecnológica y menos aún a la exportación; para completar, las ineficiencias generadas se transferían a los consumidores, vía baja calidad de los productos y precios más altos que los registrados en países con mayores niveles de competencia. Desde luego, también hubo empresarios y sectores que aprovecharon las ventajas de la política y desarrollaron empresas competitivas; pero esa no fue la nota dominante.

En síntesis, nos siguen debiendo un indicador sólido de la desindustrialización de Colombia y una demostración clara de su relación con la carencia de políticas industriales. De paso, debilitan su credibilidad con relación a la supuesta ausencia de política industrial en la actualidad.

Alimentos por las nubes

jueves, 26 de mayo de 2011
Publicado en el diario La República el jueves 26 de mayo de 2011.


El fantasma de la inflación recorre nuevamente el mundo, como lo indican los precios internacionales de los alimentos y otros productos primarios. El índice FAO de precios de los alimentos de abril de 2011 creció el 36.5% anual, debido a los altos incrementos de los cereales (71.2% anual), los aceites (49.4%) y el azúcar (49.0%).

Pese a que la economía mundial no ha tenido una recuperación plena, el dinamismo de la demanda de las economías emergentes, sumado a situaciones climáticas adversas, explica la presión alcista de los precios de los productos básicos. Si bien los precios de los hidrocarburos y otros minerales no han alcanzado los niveles récord de 2008, los alimentos ya los superaron.

Entre 2007 y 2008 los altos precios de los productos básicos generaron presiones inflacionarias en numerosos países; pero las características del actual aumento, más concentrado en alimentos, han planteado un debate con relación a su impacto en la inflación.

Mientras el nobel de economía Paul Krugman afirma que el efecto de los crecientes precios de los alimentos en la inflación es marginal, el también nobel Gary Becker opina lo contrario. El primero expresó en un blog que “aún si la reciente alza de los precios de los productos básicos es permanente, esto llevará únicamente a un salto temporal en la inflación”; por eso aboga para que la Reserva Federal no endurezca la política monetaria.

En cambio, para Becker el impacto puede ser grande, dependiendo del peso que tengan los alimentos en la canasta de consumo y afectaría especialmente a los más pobres: “Si las familias gastan el 40% de sus ingresos en alimentos y se produjera un aumento del 30% en sus precios, sus ingresos tendrían que aumentar en 12% para que puedan mantener el mismo nivel de consumo. En contraste, una familia que gasta el 15% de sus ingresos en comida, necesitaría solamente un aumento en sus ingresos del 4.5% para mantener su nivel de consumo”.

La experiencia de 2007-2008 mostró que la subida de precios de los alimentos tiene profundas repercusiones no sólo en el bienestar social sino en el comercio mundial. En ese periodo se observaron disturbios en las economías con mayores problemas de abastecimiento; las economías exportadoras de alimentos impusieron barreras a la libre exportación, mientras las importadoras las eliminaron y crecieron su demanda para recomponer inventarios y evitar o controlar el descontento social; también hubo casos en los que impusieron controles a los precios al consumidor o dieron subsidios con el loable propósito de evitar el deterioro de la dieta de los más pobres.

Como señala Becker, estas acciones distorsionan más el mercado, afectan negativamente a los campesinos y a los importadores netos de alimentos y los subsidios, si no están bien focalizados, terminan beneficiando el consumo de los más ricos.

¿Se repetirán estos hechos? Probablemente sí. Autores, como Richard Posner, dicen que la reciente ola de inconformismo y de disturbios en los países árabes, en parte se relaciona con los precios de los alimentos: “los manifestantes que tumbaron los gobiernos de Túnez y Egipto, se quejaban desenfrenadamente por el creciente aumento del precio de la comida”. Y la OMC reporta en lo corrido del año un incremento de las medidas que restringen las exportaciones de alimentos.

El episodio anterior mostró una gran debilidad de Colombia, pues su mentado potencial agropecuario no mostró una capacidad de respuesta para aprovechar la coyuntura. El Banco de la República está elevando las tasas de interés para moderar la demanda, pero el agro debe responder con una oferta adecuada para el mercado interno y para el internacional. ¿Podrá hacerlo ahora que la agricultura está llamada a ser una de las locomotoras de la economía?

Importación de productos “nacionales”

martes, 17 de mayo de 2011
Artículo publicado en el diario La República, el jueves 12 de mayo de 2011


En la discusión sobre la política industrial, alguien planteó que hay empresas colombianas que están importando los productos que ellas mismas fabrican en otros países. Califica esto como un hecho nocivo para la economía, porque es consecuencia de problemas de estabilidad en las reglas de juego, de formación de capital humano y de estímulos a la productividad.

Esa posición, desconoce las decisiones gubernamentales que están mejorando el entorno de los negocios, justamente con el fin de contar con unas reglas de juego claras y estables que incentiven las decisiones de inversión; a tal fin están orientados los TLC, los acuerdos de inversión y los contratos de estabilidad jurídica. Con relación al capital humano, se fortaleció el papel del Sena y, en general, la formación de tecnólogos; se está proponiendo una reforma educativa que busca una mayor interrelación entre la academia y el sector privado; se está impulsando el bilingüismo; y programas como el de transformación productiva permiten detectar las necesidades laborales específicas de los futuros sectores de clase mundial. Adicionalmente, hace unos pocos meses fue sancionada una ley orientada a incrementar el empleo formal como base para el crecimiento de la productividad del país.

Como contraposición al punto de vista mencionado, cabe aventurar dos hipótesis explicativas: el nivel de aranceles de Colombia y las tendencias de la globalización.

Aun cuando una de las justificaciones de la reforma arancelaria de finales del año pasado fue reducir las desventajas competitivas que la estructura de los aranceles estaba ocasionando, hay sectores productivos y de opinión que no aceptan o no entienden el argumento.

Los altos aranceles que tiene Colombia (puesto 101 entre 135 en el WEF antes de la reforma), incrementan los costos de producción de los empresarios, porque los bienes de capital y las materias primas cuestan más que en otros países competidores.

El punto se puede ilustrar tomando como ejemplo el trigo. Colombia, que importa el 97% del consumo aparente de este producto, le imponía un arancel del 15% (con la reforma quedó en 10%), mientras que en Perú lo importan con arancel cero desde Estados Unidos, por el TLC. Como consecuencia, los empresarios colombianos tienen una desventaja en los costos de fabricación de pastas alimenticias y otros bienes de consumo. ¿En esas condiciones, no resulta razonable que un empresario nacional se sienta tentado a mover parte de su producción al vecindario y luego traer el producto terminado con arancel cero? ¿Y si se eliminaran las diferencias no desaparecería la tentación?

La otra hipótesis hace referencia a la fragmentación geográfica de los procesos de producción en la economía globalizada. Es creciente el número de bienes y servicios que pierden su nacionalidad y las empresas tienden a especializarse en partes de un todo; y ellas se fabrican en las regiones del globo en las que exista ventaja comparativa o en las que los costos de producción sean menores. Automóviles, computadores, celulares y otros productos de alta tecnología son ejemplos de productos globalizados; pero también lo son las confecciones, el calzado, entre otros.

Los empresarios que han entendido este fenómeno saben que no pueden seguir fabricando la totalidad de los productos bajo un mismo techo (¿país?), que tienen que especializarse en lo que puedan ser realmente competitivos, aprovechar las ventajas comparativas de cada país e insertarse en las cadenas globales de valor.

En este contexto, la preocupación debe ser cómo acelerar el desarrollo de sectores de clase mundial, vincularse a las cadenas globales de valor, y atraer más empresas que realicen partes de sus procesos de producción en Colombia.

De nuevo el mercado interno

domingo, 1 de mayo de 2011
Publicado en el diario La República el 28 de abril de 2011


Se han vuelto a desempolvar las críticas al TLC, ahora que el presidente Obama abrió la posibilidad de proponer al Congreso su aprobación en el curso del presente año.

Una de las críticas es que el gobierno enfatiza en el comercio internacional y no en el mercado interno; opinan que el crecimiento del primero es una consecuencia del desarrollo del segundo y no al contrario. Evidencia de la poca relación entre esas dos variables es que las economías como Lesoto, que tienen coeficiente de apertura (comercio sobre PIB) del 158%, presuntamente deberían ser más desarrolladas que Estados Unidos, cuyo coeficiente apenas es de 29%.

Esa visión es equivocada pues el gobierno no desconoce la importancia del mercado interno y no ha planteado que la economía colombiana deba crecer sólo con base en las exportaciones; además, ignora la relación que hay entre el crecimiento económico y el comercio internacional; y, por último, la interpretación de los indicadores económicos carece de rigor.

El coeficiente de apertura es útil para mostrar que economías como China, Corea y Chile han sido exitosas en sus políticas de inserción en la economía mundial. Pero, como acontece con la mayoría de los indicadores económicos, si no con todos, hay limitaciones que deben ser conocidas por el analista que los utiliza para no incurrir en errores.

Es así como en las economías grandes el indicador tiende a ser bajo porque el tamaño del mercado interno permite el desarrollo de una estructura productiva más diversificada por el aprovechamiento de las economías de escala. De igual forma, en las economías pequeñas no existe esa posibilidad por lo que es elevada su dependencia de las importaciones y el coeficiente de apertura es alto.

Los analistas que conocen esa limitación complementan ese indicador con elementos conceptuales como los propuestos por Leontieff o Hirschman. El primero elaboró la matriz de insumo producto sobre la relación existente entre los diversos sectores de la economía. El segundo formuló la idea de encadenamientos productivos hacia adelante y hacia atrás.

Esos conceptos aplicados al comercio internacional muestran que su impacto económico es superior al que refleja el coeficiente de apertura y permiten el análisis dinámico de su relación con otras variables macroeconómicas.

Un ejemplo sencillo ilustra este punto. La importación de un bien de consumo no duradero por valor de US$1.000 produce un impacto económico menor que el producido por un computador del mismo valor que importa una empresa de desarrollo de software. Mientras que el primero genera empleos y valor agregado en la cadena de importaciones y distribución, el segundo va más allá, generando más empleos y más riqueza. Aun cuando el efecto sobre el coeficiente de apertura es igual en ambos casos y los encadenamientos productivos inducen crecimiento económico, éste es mayor en el segundo producto.

A partir de ese ejemplo se puede entender que el comercio genera crecimiento, empleo e ingresos que, a su vez, pueden provocar aumentos de la demanda interna y del comercio internacional.

Así lo muestra Hock Wong en un estudio reciente sobre China (“Exports, Domestic Demand, and Economic Growth in China”): “Las exportaciones y la demanda interna –específicamente el consumo de los hogares y el del gobierno– son ambas importantes en el crecimiento económico… No hay evidencia de que las exportaciones tengan un impacto mayor que la demanda interna o viceversa y, por lo tanto, ambas tienen un rol importante en el crecimiento exitoso y sostenido”.

Por lo tanto, es evidente que los análisis parciales o basados en las limitaciones de los indicadores, producen interpretaciones sesgadas y debilitan los argumentos de los críticos.

¡Nada como los viejos tiempos!

sábado, 16 de abril de 2011
Artículo publicado en el diario La República el jueves 14 de abril de 2011

En un artículo recientemente publicado en un medio de la Universidad Nacional, un profesor concluye: “solo (sic) nos queda rogar por que (sic) el congreso (sic) de Estados Unidos no apruebe el TLC”.

Puesto que algunos de los postulados a favor de los TLC se relacionan con su efecto en la atracción de inversión extranjera directa (IED) y el funcionamiento del comercio internacional como una palanca de crecimiento, el autor fundamenta su conclusión en la crítica a ellos.

La crítica al primer “mito”, como él lo denomina, se basa en que hay países como Corea del Sur que crecen sin IED y otros como China en el que apenas representa el 2% del PIB, y la economía crece al 9% anual. En cambio en Colombia y México la liberalización al movimiento de capitales redujo la tasa media de crecimiento. Su recomendación implícita es volver a los controles de capitales de la época en que se adelantó la “nacionalización” de empresas (máximo 49% en manos de extranjeros) y se restringió el giro de utilidades y el acceso al crédito.

La palabra ahorro y la relación entre inversión total y crecimiento económico brillan por su ausencia. Pues bien, mientras Corea del Sur y China tienen tasas de ahorro del 35% y el 50% del ingreso nacional bruto (INB), y pueden financiar la inversión que les permite altas tasas de crecimiento, los países como Colombia con una tasa de ahorro del 20% del INB, apenas podrían crecer al 3.5% anual, si no tuvieran acceso al ahorro externo.

Ningún país del mundo menosprecia el ingreso de IED, al punto que las economías desarrolladas son las principales receptoras. Según la Unctad, en el caso de China, en 2008 el flujo de IED fue de 2.5% del PIB y el 5.3% de la inversión total. En Colombia fue el 3.2% del PIB y el 17.6% de la inversión.

Para los especialistas es claro que sin esos recursos la China de hoy no existiría; no estaría creciendo a los ritmos que lo hace ni estaría comenzando a desarrollar tecnologías propias. Seguiría siendo una de las economías más pobres del mundo, como resultado de las políticas autárquicas del modelo comunista.

El segundo “mito” lo critica porque, en su opinión, el libre comercio tiende a generar balanzas comerciales deficitarias y reducir el crecimiento económico y el bienestar. Por lo tanto, añorando el control cambiario, se deberían regular las importaciones para permitir sólo las relacionadas con la inversión en bienes de capital.

Afortunadamente el autor confiesa que no conoce los estudios que se han realizado sobre el TLC (no sabe dónde están). No de otra forma se puede entender esa visión mercantilista del comercio internacional y el rechazo a la IED, cuando en países como Colombia complementa el ahorro doméstico, posibilita un crecimiento mayor y el acceso a tecnologías y conocimientos que no producimos.

Pero el profesor se olvida de los problemas de corrupción, estancamiento, mala calidad de los productos y rezago de productividad generados por las políticas proteccionistas que con nostalgia evoca.

El retorno al proteccionismo marginaría a Colombia de la vinculación a las cadenas globales de valor, que es la dirección que lleva la economía mundial. Más que pretender volver a los viejos tiempos, hay que dejar atrás las visiones pesimistas y tomar conciencia de las oportunidades que hay en la economía globalizada.

Como decía el experto en innovación Amnon Levat, en una entrevista a la revista Dinero: “Las empresas colombianas están más abiertas al aprendizaje, tienen mucha energía y entusiasmo. Pero les falta creer más en sí mismas. Muchas veces, las empresas piensan que no tienen nada que ofrecer al mundo. Una empresa colombiana puede tener mucho éxito aquí, pero le cuesta imaginarse que el mundo necesita algo que ellos pueden ofrecer”.

Lecciones Chinas

lunes, 4 de abril de 2011
Publicado en Ámbito Jurídico No. 318 del 28 de marzo al 10 de abril de 2011

Aun cuando es ampliamente conocida la fulgurante trayectoria económica de China desde las reformas iniciadas en 1978, el mundo no deja de sorprenderse a medida que se conocen nuevos logros. Hay muchas lecciones que Colombia puede sacar de esa experiencia.

China ya es la segunda economía del mundo por tamaño del PIB, desplazando a Japón que llevaba más de cinco décadas en esa posición. Aun cuando su PIB per cápita a precios de paridad apenas representa cerca del 15% del de Estados Unidos, el avance registrado ha sido aún más impresionante; entre 1980 y 2009 subió 52 puestos en el escalafón mundial de este indicador. Corea del Sur que es la economía que le sigue en desempeño mejoró en 29 puestos.

Entre tanto, de las economías latinoamericanas sólo Chile registra un desempeño aceptable, al mejorar 15 puestos. Las demás deterioraron su posición relativa en el contexto mundial; Colombia perdió 3, Brasil 11 y Venezuela 18.

Recientemente The Economist publicó en internet un mapa que muestra cómo el éxito de China en crecimiento económico se refleja en diversas provincias, que pasaron de ser regiones muy pobres a tener un PIB de tamaño similar o superior al de muchas naciones (“Comparing Chinese Provinces with Countries”). Cinco de ellas superan el PIB total de Colombia.

La comparación del PIB per cápita también muestra cómo varias provincias, superan el indicador de numerosas economías en desarrollo. Colombia es superada por 12 de ellas.

Son varias las medidas que adoptó China para dar ese enorme salto en poco más de tres décadas. Sin duda la más importante, fue su decisión de romper el modelo autárquico impuesto por Mao y sustituirlo por una inserción activa en la economía globalizada.

Pero hay dos aspectos adicionales que contribuyeron al éxito: la implementación de las zonas económicas especiales (ZEE) y la actitud del sector privado. Para Colombia son importantes, en primer lugar, por la coyuntura de debate sobre el balance del régimen de las zonas francas y la posibilidad de avanzar en figuras similares a las usadas por China; en segundo, por el papel del emprendimiento, que es clave en momentos en que parece despertar un nuevo clamor proteccionista en el país.

Es ampliamente conocido que las ZEE fueron creadas como grandes regiones geográficas con atractivos incentivos para la inversión y el comercio internacional. Pero es menos conocido que ellas se complementaron con instrumentos de la misma familia para impulsar el desarrollo industrial. Un trabajo reciente del Banco Mundial hace un balance de ellos (Douglas Zeng “How Do Special Economic Zones and Industrial Clusters Drive China’s Rapid Development”).

El gobierno aprobó inicialmente cuatro ZEE, con el fin de experimentar y evaluar el impacto de la apertura económica. Comprobado su éxito, en 1984 dio un paso adicional con la constitución de 14 zonas de desarrollo económico y tecnológico (ZDET); ellas son de menor tamaño que las ZEE y se ubican cerca de grandes ciudades. Actualmente hay siete ZEE y 69 ZDET. Adicionalmente, desde 1988 se iniciaron las zonas de desarrollo industrial de alta tecnología (ZDIAT), asociando centros de investigación, universidades y empresas grandes y medianas para el desarrollo de productos de alta tecnología; en 2010 había 54 ZDIAT.

A ellas se suman las zonas de libre comercio y las zonas de procesamiento de exportaciones que son las que más se asimilan a las zonas francas que existen en Colombia. China cuenta hoy con 15 y 61 zonas, respectivamente.

Su impacto económico es notable. Zeng indica que en 2006 las cinco ZEE y las 54 ZDET que entonces existían, generaron 19 millones de empleos (2.5% del total), cerca del 10% del PIB y el 37% de las exportaciones de China. El impacto de los otros instrumentos es difícil de medir por problemas de agregación, pero según los cálculos del investigador todas las zonas aportaron en ese año 18.5% del PIB y cerca del 60% de las exportaciones.

Con relación al otro tema, se acepta que el éxito de esta economía es producto del “capitalismo de Estado” a la China, caracterizado por una alta intervención burocrática. Sin embargo, The Economist destaca que, si bien el Estado ha jugado un papel decisivo en el proceso, mediante la provisión de bienes públicos y la erradicación de obstáculos físicos y tecnológicos, sin el concurso del sector privado quizás los resultados hubieran sido otros.

La publicación destaca la tendencia decreciente que tienen las empresas estatales en la industria y reseña investigaciones que demuestran la menor eficiencia y la menor rentabilidad de estas con relación a las privadas.

Resultan sorprendentes los casos de emprendimientos exitosos que se conocen en China a la luz de la apertura económica, algunos de ellos incluso desde la informalidad. Los cuarenta años de autarquía maoísta con la supresión de la propiedad privada, el adormilamiento del espíritu de innovación y la represión a cualquier intento de desarrollo de la actividad privada no mataron la iniciativa de emprendimiento que despertó con el cambio de modelo de desarrollo.

Contrasta esta historia con la de Colombia, en la que segmentos empresariales se acostumbraron a la comodidad de capturar rentas públicas bajo los esquemas del proteccionismo y, aun dos décadas después de la apertura económica, se niegan a abandonarlas y a reconocer que el mundo cambió. Al paso que vamos, Colombia corre el riesgo de seguir siendo el “Tíbet de América Latina”, como lo sentenció Alfonso López Michelsen.