¿Quién queda contento?

miércoles, 30 de diciembre de 2009
Publicado en el diario La República el 26 de marzo de 2008


Por décadas se han planteado argumentos sobre el deterioro de los precios de los productos básicos y el consecuente impacto negativo en las economías subdesarrolladas que los producen (recordemos la famosa hipótesis de la tendencia secular al deterioro de los términos de intercambio).

Pero ahora, por una casual suma de factores coyunturales y estructurales, los precios están subiendo de forma pronunciada y las alarmas del mundo se encendieron. Al parecer, los anhelados precios altos de los productos básicos son un problema mayor que el lamentado deterioro de los términos de intercambio.

Los factores coyunturales (que quizás no lo sean tanto) se relacionan con los problemas de sequías en algunas regiones e inundaciones en otros. Suramérica, Australia e Indonesia han sido afectados por la curiosa “equidad de género” de los fenómenos climáticos: El Niño y La Niña se turnan para causar estragos en la producción agropecuaria. El debate sobre la temporalidad o permanencia de estas irregularidades climáticas se basa en los efectos del calentamiento global que ya son evidentes. En consecuencia, pasaríamos de un problema coyuntural a uno estructural con profundas repercusiones, pues revertir sus efectos puede tomar décadas; primero debe calar profundamente en las conciencias de todo el mundo, cosa que evidentemente aún no ha ocurrido.

Los estructurales se relacionan con la producción de biocombustibles y la dinámica demanda de bienes primarios en China e India. El auge de los combustibles biológicos se basa en buena parte en el consumo de una porción creciente de la producción de maíz, azúcar y palma de aceite que antes se destinaban a la agroindustria. Adicionalmente, hay países en los que se observa redistribución de las áreas de cultivo en favor de estos productos y en detrimento de otros alimentos. La esencia del problema radica en la limitada capacidad de las economías desarrolladas para ampliar la frontera agrícola y en la lenta respuesta de las economías que tienen la potencialidad de ampliarla sin sacrificar la producción de otros alimentos o las áreas de reserva natural.

¿Pero si el resultado es un quiebre en la tendencia de los precios por qué no están tan contentos los defensores de la hipótesis del deterioro secular, los países subdesarrollados y los desarrollados que exportan alimentos? Básicamente por sus efectos sobre la inflación y el abastecimiento de los importadores netos de alimentos.

En 2007 crecieron los precios en muchas economías, a lo cual contribuyeron de forma notoria los alimentos. The Economist señala que, según el índice global de inflación de Goldman and Sachs, en 2007 “…los precios se incrementaron en el 80% de los países”. La inflación anual a febrero fue en la Zona Euro la más alta en los últimos 10 años. La registrada en enero fue la mayor en 16 años en Arabia, en 14 años en Suiza, en 25 años en Singapur y una de las mayores en 11 años en China. En éste último los alimentos crecieron en febrero al 23% anual (gran parte en respuesta a una epidemia porcina, que disparó el precio de esta carne al consumidor al 63.4% anual); en Bolivia también aumentaron 23% anual; y en Venezuela 35%.

Según la FAO “36 países están en crisis como resultado de los altos precios de los alimentos y requerirán de asistencia externa”.

Para completar el panorama, las autoridades monetarias están combatiendo los excesos de demanda desacelerando las economías con mayores tasas de interés (excepto Estados Unidos que las bajó para moderar la recesión, mientras la inflación aumenta).

En conclusión, el balance en muchas economías no pinta bien: alimentos más caros, desabastecimiento en algunos casos, mayor desempleo y apreciación cambiaria ¿Así quién queda contento?

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