La nueva economía

viernes, 17 de agosto de 2012
Publicado en Portafolio el 3 de agosto de 2012

La economía colombiana ha tenido profundas transformaciones en el presente siglo. Aun cuando persisten diversos y complejos problemas cuya solución es requisito indispensable para seguir avanzando en la senda del desarrollo, es importante valorar los cambios.

Al comenzar el siglo Colombia estaba ad portas de ser un “Estado fallido”. Como lo señaló el Presidente Santos, en un discurso en la ONU, “buena parte de nuestro territorio era ingobernable y vivíamos una guerra interna, con grupos terroristas que atemorizaban a los ciudadanos y los desplazaban de sus hogares. De un total de 1.100 alcaldes, cerca de 400 no podían despachar desde sus municipios por razones de seguridad”.

Adicionalmente, la crisis de finales del siglo pasado llevó el desempleo al 20.5% en el 2000, tasa sin precedentes en el país. Y la población viviendo con menos de US$2 diarios, pasó de 22.2% en 1996 a 32.7% en 2002.

Para completar, Colombia había perdido el grado de inversión en 1999; los inversionistas internacionales estaban en alerta por los potenciales problemas de sostenibilidad de la deuda pública bruta, que alcanzó una cota de 59% del PIB en 2002; y los flujos de inversión extranjera directa (IED) se redujeron, igual que la llegada de viajeros internacionales. Incluso dejamos de viajar por carretera, desanimados por las famosas “pescas milagrosas” de la guerrilla.

Hoy vemos el panorama con otra perspectiva. Entre 2001 y 2011 la tasa media de crecimiento de la economía fue del 4.2% anual, superando la observada en las décadas de los noventa (2.7%) y los ochenta del siglo pasado (3.6%). El resultado es notable si tenemos en cuenta que en el periodo sufrimos los impactos de la recesión de Estados Unidos en 2001 y de la crisis mundial en 2008-2009.

Desde luego, a ese resultado contribuyó de manera importante la dinámica de la economía mundial. No obstante, en 10 de los 11 años superamos el crecimiento del PIB global.

Un factor importante para el crecimiento fue el aumento de la inversión. Con la crisis de 1998-1999, ella había caído a los niveles más bajos en cincuenta años (14.5% del PIB); pero en el presente siglo, ha crecido al 10.4% anual promedio, hasta llegar al 27.1% del PIB, uno de los registros históricos más altos.

En el tema fiscal, el país espantó el fantasma de la insostenibilidad y se embarcó en reformas que permitieron la gradual reducción del déficit fiscal, al punto que entre 2005 y 2008 prácticamente se logró el equilibrio; además, la deuda pública bruta descendió al 43.4% del PIB. En esas condiciones el gobierno pudo implementar una política fiscal contracíclica en 2009 y 2010, para mitigar el impacto de la crisis mundial.

El marco normativo se fortaleció recientemente con la ley de regla fiscal, y los actos legislativos de sostenibilidad fiscal y reforma a las regalías. Esto permitirá un manejo prudente del boom minero energético y amortiguar los efectos de la potencial enfermedad holandesa.

En el manejo monetario son evidentes los beneficios de contar con una autoridad monetaria independiente. El país lleva más de una década con inflaciones de un dígito y la Junta Directiva del Banco de la República respondió a la crisis mundial con una rápida reducción de las tasas de interés y la expansión de la liquidez que permitió la adecuada provisión de crédito y contribuyó a la pronta reactivación de la demanda.

A la par con estos avances, el gobierno está implementando una activa política de internacionalización de la economía, orientada a la ampliación y diversificación de la oferta exportable y a la consecución del acceso preferencial permanente en los mercados de mayor interés; así se podrá aprovechar el potencial de crecimiento del comercio internacional.

Aun cuando las exportaciones son el segundo componente de la demanda con mayor dinámica después de la inversión, el país no ha aprovechado plenamente esa fuente de crecimiento; así lo evidencia su participación en el PIB que se mantiene alrededor del nivel registrado a finales de los ochenta.

El buen panorama de Colombia se complementa con la mejora en los indicadores de seguridad, la recuperación del grado de inversión, un sector financiero bien capitalizado y con alto coeficiente de solvencia, crecientes flujos de IED, y tendencias descendentes de la pobreza y las tasas de desempleo.

Colombia aprendió las lecciones de las décadas anteriores. Por eso tiene una nueva economía, menos vulnerable a los choques externos y con una red de TLC que, con un buen aprovechamiento, será un factor adicional de impulso al crecimiento sostenido de la economía.

Todos estos elementos llevaron a los analistas internacionales a calificar a Colombia como “una nueva estrella emergente”. Hay que aprovechar ese cuarto de hora para adelantar las reformas que faltan y avanzar en la solución de los problemas que hoy nos impiden un desarrollo más acelerado.

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