Profecías auto-realizadas

jueves, 17 de mayo de 2012
Publicado en Ámbito Jurídico No. 342, 26 de marzo al 15 de abril de 2012


A alguien le escuché la historia de una pareja pobre que vivía en un pueblo lejano y tuvo un hijo al que educaron con grandes esfuerzos. Como el muchacho era muy inteligente, usaron todos sus recursos para enviarlo a la capital a cursar la carrera de economía. Una vez graduado, aplicó a una beca y se fue a estudiar el doctorado fuera del país.

Ya liberados de la presión del gasto, pensionados y mayores de edad, compraron un destartalado restaurante que había en el pueblo, con el fin de tener alguna actividad. Fueron levantándolo gradualmente; atendían a la clientela con mucho cariño; compraron nuevas mesas y sillas de madera; más adelante adquirieron manteles que se esmeraban en tener siempre limpios; luego adornaron las mesas con flores; y poco a poco fueron contratando personas del pueblo para las crecientes tareas de atención, mantenimiento y cocina.

En fin, con el correr del tiempo se convirtió en el mejor restaurante del pueblo, la pareja era muy apreciada y ellos disfrutaban atendiendo a la gente y viendo cómo el negocio prosperaba.

Un día llegó a visitarlos el hijo, que hacía poco había regresado al país y estaba vinculado a un importante centro de investigación económica. Los padres le comentaron que estaban gestionando un crédito bancario para adquirir unas neveras grandes, que les permitirían comprar mayor cantidad de alimentos por menor precio y conservarlos más tiempo.

No acababan aún de exponerle la idea, cuando el hijo reaccionó airadamente. “¿Cómo se les ocurre endeudarse en la situación actual? ¿No saben que el mundo va camino a una crisis? Estados Unidos tiene un alto desempleo que se resiste a bajar y la demanda agregada no reacciona; en la Unión Europea la crisis de la deuda soberana amenaza con arrastrar toda a Europa a la recesión y de paso derrumbar la débil demanda de Norteamérica. Por si fuera poco, el PIB de Japón sigue con dinámicas negativas. Así es que más temprano que tarde, nuestro país sentirá los efectos”.

Los padres trataron de indicarle al hijo que las ventas no habían hecho más que crecer continuamente desde que empezaron a mejorar el restaurante y que incluso desde los pueblos vecinos venía mucha clientela los fines de semana.

“¿Es que acaso ustedes saben más economía que yo, que tengo un doctorado? ¿Creen que me gané el título sin estudiar cómo funciona la economía mundial?”.

Un tanto consternados, los viejos cancelaron la compra de las neveras. Siguiendo las indicaciones del hijo, suprimieron las flores en la decoración del negocio, pues, según él, “los clientes no vienen a comer flores”; luego fueron convencidos de cambiar los manteles solo cada dos o tres días, para reducir los gastos de agua y detergente.

Al tiempo que los viejos “racionalizaban” el gasto, siguiendo las indicaciones del hijo, la clientela empezó a alejarse, pues la reducción de empleados, el deterioro de la decoración y la tristeza que fue embargando a la pareja dio un tono lúgubre al local. Finalmente el restaurante se quebró.

Y los viejos concluyeron: “Nuestro hijo tenía razón; no nos podíamos aislar de la crisis mundial y por eso nuestro restaurante se quebró”.

Esta historia ilustra un caso típico de “profecías auto-realizadas”, concepto introducido por el sociólogo Robert Merton para mostrar situaciones falsas o sin fundamento, que inducen comportamientos sociales que las tornan en verdaderas.

Viene al caso en la actual coyuntura de inminente entrada en vigencia del TLC con Estados Unidos, pues hay empresarios de algunas actividades del agro que se están dejando convencer de las aves de mal agüero que les vaticinan la “quiebra por la competencia gringa”. Los agoreros, sin ningún fundamento, van de región en región llevando las malas nuevas del inminente desastre y evangelizando sobre la conveniencia de sustituir la producción de alimentos por materias primas de otra índole.

Ningún TLC se negocia con el propósito de eliminar sectores de la producción nacional que sean eficientes o tengan la posibilidad de serlo. Se espera eso sí que su competitividad mejore para hacer frente a la mayor competencia foránea resultante de la globalización y de los tratados.

Lo que cabe preguntarse es cómo aprovecharon los empresarios la “ñapa” de cinco años de demora en la aprobación del TLC por el Congreso de Estados Unidos, y cómo proyectan aprovechar los periodos de desgravación acordados.

Si, en lugar de cerrar esas brechas de competitividad, abandonan su actividad para pasarse a otra que supuestamente enfrenta menos competencia, no sólo se estarán incurriendo en el uso ineficiente de los recursos propios y del país, sino que perderán la oportunidad de beneficiarse de un mercado mundial que requiere más alimentos.

Además, surgirá un colofón típico de las “profecías auto-realizadas”, pero esta vez en boca de los defensores del proteccionismo a ultranza: “Lo dijimos: los TLCs acabarán con la agricultura”.

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