Un mundo sin crisis

miércoles, 13 de enero de 2010
Publicado en Ámbito Jurídico de marzo de 2009


Hay críticos que siguen aferrados a viejos dogmas y se niegan a aceptar que los acuerdos comerciales son un instrumento apropiado para insertarse en el mundo de la globalización.

Uno de ellos se refería a la situación actual en los siguientes términos: “El mundo atraviesa la peor crisis de su historia, como consecuencia de la globalización neoliberal, y Uribe insiste en que la salvación del país consiste en aferrarse a ella”.

Esa frase encierra varios mensajes. Uno, es que las políticas económicas se deben diseñar para hoy y no pensando en el futuro. Dos, las crisis evidencian la debilidad del capitalismo. Tres, la globalización es la causa de todos los males.

El primer mensaje es curioso, pues muchas de las críticas que se hacen al gobierno de turno son por actuar con una visión cortoplacista y no pensar en el mañana; basta recordar los abundantes comentarios negativos sobre el papel de los planes de desarrollo y su aplicación real. Esto se parece a una conocida excusa con ropaje nuevo: “esperemos a cuando estemos listos”. ¿Cómo se pueden tomar decisiones de largo plazo si la coyuntura nunca será buena para los críticos?

Justamente uno de los objetivos de la actual administración ha sido el diseño de políticas de Estado, como base para el desarrollo. La Visión 2019, las políticas de integración con el mundo y la política de transformación productiva están diseñadas para tal fin.

Ante una crisis mundial ¿se deben posponer o quizás enterrar esas políticas? ¿Nos debemos limitar a usar políticas de corto plazo y olvidarnos de la necesidad de crecer sostenidamente a tasas más altas?

En el segundo mensaje, subliminalmente se aspira al paraíso. Son críticos del capitalismo, pero lo quisieran sin una de sus características: las fluctuaciones económicas; o quizás lo desean con sólo crisis para justificar su existencia como críticos. Tal vez la frustración del sueño marxista de la destrucción del capitalismo como consecuencia de sus propias contradicciones, sumada al rotundo fracaso de los experimentos socialistas, les lleva a soñar con esa alternativa.

En el tercero, ¿cómo puede la globalización ser culpable de una crisis? Se trata de un fenómeno de alta complejidad, por lo que no es evidente a qué se refieren los críticos. La CEPAL, por ejemplo, la define en los siguientes términos: “La creciente gravitación de los procesos financieros, económicos, ambientales, políticos, sociales y culturales de alcance mundial en los de carácter regional, nacional y local”.

Partamos de recordar lo que hasta ahora el mundo conoce como causa de la crisis. Es ampliamente conocido que ella se gestó en una burbuja especulativa en el mercado de hipotecas en Estados Unidos y que fue inflada mediante créditos de alto riesgo (“subprime”) y una cadena de títulos estructurados con el mismo activo subyacente (viviendas).

Cuando la burbuja explotó por el aumento de la morosidad de la cartera hipotecaria y el consecuente derrumbe de los precios de los títulos, ocasionó grandes pérdidas en los balances de empresas del sector financiero y del sector real en diversos países del mundo.

Por lo tanto, de una crisis de hipotecas se pasó a una financiera, y de un problema de liquidez a uno de solvencia. Las entidades financieras perdieron confianza entre ellas, lo que sumado a la reducción de su capacidad de préstamo –por la contracción del patrimonio–, interrumpió el funcionamiento del canal de crédito y dio paso a una restricción de crédito (“credit crunch”).

El freno al crédito, aunado a la pérdida de confianza de los consumidores y al creciente desempleo, extendió la crisis al sector real; ella se ha venido propagando, hasta ahora, a las economías desarrolladas.

¿Qué hay en este proceso que sea atribuible a la globalización? Como se ve, no hay fugas de capitales, ni han ocurrido episodios de pánico financiero. Aún así podríamos forzar el argumento y decir que son los procesos financieros los causantes de la crisis.

Pues bien. La Gran Depresión –que se originó en el apalancamiento financiero del mercado de acciones–, ocurrió en una época que ningún estudioso considera de globalización. Todo lo contrario. Entre el final de la Primera Guerra y el de la Segunda, el comercio internacional se redujo a un nivel similar al de 1870, según cálculos del Banco Mundial (“Globalization, Growth, and Poverty”).

Aún así, su impacto mundial fue enorme y las economías subdesarrolladas no fueron inmunes. José Antonio Ocampo (“Crisis mundial y cambio estructural 1929-1945”) señala que, a partir de 1929 la caída de los precios internacionales de los principales productos de exportación, especialmente café y petróleo, contrajo los ingresos por exportaciones y ocasionó la reducción de los términos de intercambio; los menores ingresos y el cierre de los mercados financieros propició la declaración de la moratoria de la deuda de Colombia en 1932.

¿A qué llegamos? A algo simple. Las crisis existen porque son parte inmanente del capitalismo. Los esfuerzos de la política económica se orientan a minimizar los efectos de los periodos de recesión y a prolongar los del auge; aún así, no se han podido eliminar las oscilaciones fuertes. Pero achacarle el problema a la globalización no deja de ser más que una frase de cajón apta para discursos, pero con un aporte nulo a la comprensión del problema y mucho menos a la solución.

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