América Latina

jueves, 23 de junio de 2011
Publicado en el diario La República, el jueves 23 de junio de 2011


La semana anterior, en el marco del Congreso de la Association of American Chambers of Commerce in Latin America (AACCLA), el empresario chileno Raúl Rivera dio una conferencia, basada en las ideas centrales de su libro recién publicado “Nuestra hora. Los latinoamericanos en el Siglo XX”.

El principal mensaje de Rivera es la importancia de valorizarnos como región, de vernos como un bloque de gran impacto económico y estratégico a nivel global, en lugar de perpetuar una visión fragmentada de países violentos, sumidos en la pobreza y causantes del problema mundial de narcotráfico; esa es una visión de perdedores que no concuerda con la realidad de América Latina y el Caribe.

La idea de combatir la visión pesimista, que frecuentemente invade la región, va en la misma dirección señalada por Óscar Arias, premio nobel de paz y expresidente de Costa Rica: “América Latina tiene todo para dejar de ser el objeto de la broma cruel que nos persigue desde hace ya varias centurias, aquella broma que nos dice que somos el continente del mañana… y siempre lo seremos”.

América Latina y el Caribe (ALC) tiene unas dimensiones de las que no somos plenamente conscientes: Su área geográfica sólo es superada por Asia y África; es dos veces más grande que Estados Unidos o China. Es la quinta economía más grande del mundo, después de Europa, Estados Unidos, Japón y China. Desde un punto de vista estratégico, es una de las principales regiones exportadoras netas de metales, de frutas, de alimentos almacenables (azúcar, miel, cacao, chocolate, té, condimentos, aceites vegetales y animales) y de las más ricas en agua para el consumo. Cuenta con una de las mayores reservas forestales lo que la convierte en un valioso pulmón para el mundo. No somos una región pobre; la población es de clase media, con un ingreso per cápita similar al promedio mundial.

“Más de 300 millones de latinoamericanos han alcanzado un nivel de vida propio de la clase media, con un ingreso de hasta veinte mil dólares anuales. Esta clase media emergente representa entre un 50% y un 60% de la población regional, comparado con un poco más del 40% de los latinoamericanos hace menos de una década y con un 64% en los Estados Unidos” (Rivera, página 135).

Esas características de ALC frente a un panorama mundial en el que predominan los problemas de oferta de energía (por el estancamiento y probable reducción de las reservas de combustibles fósiles), una creciente demanda de alimentos y la tendencia al agotamiento de las fuentes de agua para el consumo humano, generan innumerables oportunidades que, de ser aprovechadas, deberían apalancar y acelerar el desarrollo de la región.

Desde luego, también significan un enorme riesgo de enfermedad holandesa, que puede tirar por la borda los esfuerzos de diversificación de la estructura productiva, enfocada en sectores de más valor agregado.

Pero asimismo existen las alternativas para enfrentar ese problema en la propia región: las exportaciones de valor agregado. Mientras que en Europa el comercio intrarregional representa cerca del 70% de sus exportaciones, en la zona del Nafta el 60% y en Asia Oriental alrededor del 50%, en ALC escasamente llega al 20%. El indicador muestra que la región ha sido poco proclive a la integración real, pues no hay un aprovechamiento pleno de los acuerdos comerciales que se han negociado. Por lo tanto, hay un amplio margen para crecer el comercio, generar cadenas de valor y fortalecer la producción industrial y de servicios.

El gran reto está en pasar de la visión y del potencial a la realidad, para no perpetuar la broma a la que alude Arias. Ello implica romper esa faceta de los latinoamericanos que Albert Hirschman denominó la “fracasomanía” o el “complejo del fracaso”.

“Made in the World”

Publicado en el diario La República el 9 de junio de 2011


En la web de la Fundación Universitaria San Martín reseñan una conferencia sobre la política industrial en Colombia. Allí se afirma que “la desindustrialización del país es alarmante y el crecimiento de la importación de productos colombianos fabricados en el exterior es creciente. Prendas de vestir, morrales, camisas y otros productos de firmas nacionales llegan ahora de lejanos centros de producción”.

¿Esto es malo? ¿Alguien ha verificado si esas empresas exportan insumos que se suman a otros del exterior para ser procesados en un tercer país? ¿Este hecho es prueba de la carencia de una política industrial? ¿O constituye una evidencia de un presunto proceso de desindustrialización del país?

Quizás lo que hay en el fondo es el desconocimiento de un fenómeno que no es tan nuevo en el mundo, aun cuando pueda serlo en Colombia: la fragmentación geográfica de los procesos de producción. Es tan marcada esta tendencia, que en el seno de la OMC y en los medios académicos del mundo se está debatiendo su impacto en la medición de los flujos de comercio; ya no se puede medir la balanza comercial por el país de origen de un bien final, sino por el valor agregado en cada país que participa en el proceso.

En el “Informe sobre el comercio mundial 2008”, la OMC señaló: “los revolucionarios adelantos en la tecnología del transporte y (especialmente) de las comunicaciones han permitido una desintegración histórica del proceso de producción al resultar cada vez más viable y rentable para las empresas llevar a cabo distintas fases de producción en lugares dispares”.

Y en el “Informe Anual 1998”, el mismo organismo afirmó que “un número cada vez menor de productos puede producirse hoy de manera competitiva sólo sobre la base de insumos nacionales”.

En este contexto, lo que el país podría estar presenciando es la inserción de empresarios colombianos de avanzada en esta tendencia de la globalización. Las cadenas globales de valor son la expresión de la forma en que se está organizando la producción, y las empresas que no se incorporen en ellas serán crecientemente marginadas. El problema es que Colombia y la región están rezagadas, como lo evidencian los indicadores de comercio intraindustrial.

En la medida en que los productos finales no se producen integralmente en un solo territorio, sino que necesitan del concurso de empresas de varios países, aumenta el comercio mundial de insumos y bienes en proceso.

El índice de Grubel y Lloyd es utilizado para medir la intensidad del comercio intraindustrial. Cuando su valor está por encima de 0.33 indica que es alto el comercio de este tipo entre dos países y cuando está entre 0.10 y 0.33 muestra que hay un potencial no desarrollado. Las economías desarrolladas y las asiáticas de rápido crecimiento, incluyendo China, registran índices altos con sus principales socios.

En cambio, en el caso de los países de América Latina, son muy pocos los casos en los que hay un alto comercio intraindustrial. Colombia sólo lo tiene con Ecuador, y está en nivel de potencial con Brasil, Chile, Costa Rica, México, Perú, Uruguay y Estados Unidos. Con los demás países de la región el índice es inferior a 0.10.

Esos resultados muestran que aún es muy bajo el aprovechamiento de los acuerdos comerciales en la región y que es escaso el vínculo con las cadenas globales de valor. Esas “nuevas” importaciones que asustan a algunos analistas podrían ser el incipiente comienzo de ese proceso en Colombia.

En todo caso afirmar que es alarmante la desindustrialización o sugerir que esas importaciones son negativas sin aportar pruebas, no contribuye a la superación de las supuestas falencias de la política de desarrollo empresarial que se ha venido construyendo en Colombia en las últimas décadas.

Desindustrialización

jueves, 2 de junio de 2011
Artículo publicado en Ámbito Jurídico No. 322 el 30 de mayo de 2011


El argumento más reciente de quienes dicen que en Colombia no hay política industrial es la existencia de un fenómeno de desindustrialización en los últimos 40 años, con tendencia a acentuarse por la falta de acciones públicas para el desarrollo de este sector. La evidencia del fenómeno, según ellos, es la caída de participación de la industria en el PIB desde 22% en los años setenta, hasta el 12% actualmente.

Para estos analistas “desde hace varios años no hay una política industrial” en Colombia, luego es lícito deducir que esa es la causa de la presunta desindustrialización.

Esa hipótesis y esas cifras merecen un cuidadoso análisis. En las últimas décadas la contabilidad nacional ha registrado varios cambios metodológicos y de año base, lo que dificulta las comparaciones históricas; por lo tanto, cuando se evalúan series largas del PIB y sus diferentes componentes, los analistas rigurosos tienen en cuenta esas limitaciones.

En el caso particular de la desindustrialización, la forma de medición presentada por los críticos no es rigurosa, al pretender corroborarla con los 10 puntos de participación perdidos por la industria desde mediados de los setenta hasta hoy. No tienen en cuenta que en ese lapso se han realizado al menos cuatro cambios de metodología o de año base en las cuentas nacionales, con la consecuente modificación de los pesos relativos de diferentes sectores.

Pero si su forma de medición fuera la prueba reina de la desindustrialización, las cosas serían peores en otros países como el Brasil, que según estos analistas es el modelo de política industrial a seguir: ¡la participación de la industria en el PIB cayó cerca de 16 puntos entre 1982 y 2009! Y entre máximo y mínimo, en Argentina se redujo 24 puntos, en Chile 17 y en Perú 14.

Si se toman las estadísticas históricas publicadas por el DNP, se observa que a precios constantes de 1975 la participación máxima de la industria fue de 23.5% del PIB en 1974 (no 22%) y luego descendió hasta 19.7% en 1994. Pero con la nueva metodología, que calculó el PIB a precios constantes de 1994, su peso relativo fue sólo de 15% en ese año. Esto significa una reducción de 3.8 puntos en 20 años, mientras que en un solo año cayó en 4.7 puntos, atribuibles a la metodología y al año base. Con el reciente cambio a precios de 2005, el peso relativo es del 13.9% en 2010 (no del 12%), con una diferencia media de 0.5 puntos porcentuales respecto a la base anterior.

Si se observa la importancia relativa de la industria en el PIB total con las dos últimas bases, se concluye que el cambio es marginal. En la base 1994 la participación pasó del 15.0% en 1990 a 15.1% en 2004, con una leve reducción durante la crisis de finales de los noventa. Y con la base 2005, su participación, que era de 13.9% en el 2000, se mantuvo igual en 2010, con un periodo de incremento hasta 14.4% en 2004.

En últimas, al presunto fenómeno de desindustrialización no se le pueden achacar 10 puntos de reducción de la participación de la industria en el PIB, sino a lo sumo cuatro o cinco en 40 años.

Pero como las metodologías de medición de los agregados económicos han mejorado con el correr de los años, se puede presumir mayor calidad en los cálculos recientes que en los de las décadas anteriores. Esto llevaría a una interesante hipótesis: el sector industrial ha tenido en la economía colombiana un menor peso relativo de lo que se creía con las antiguas metodologías de contabilidad nacional.

Y no sería un caso único, sino que podría ser un fenómeno generalizado en América Latina, lo que se refleja en la composición del empleo. El reciente libro del BID “La era de la productividad” menciona que en la región los “…intentos de industrializarse tuvieron un éxito parcial. Resulta muy notorio que la proporción del empleo en el sector industrial es inferior en América Latina que en Asia oriental y en el mundo desarrollado… A diferencia de los países desarrollados, que primero prosperaron con la industria y luego se transformaron en economías de servicios, las economías de la región se volvieron terciarias (productoras de servicios) a mitad de camino entre la pobreza y la prosperidad”.

Otro hecho interesante es que la mayor pérdida de participación se registró en plena vigencia de las políticas proteccionistas implementadas en Colombia bajo el modelo de sustitución de importaciones. Precisamente ese modelo postulaba como su eje central el desarrollo industrial que hoy reclaman los analistas de marras. Y el resultado de esas políticas fue un sector empresarial acostumbrado a capturar rentas, con bajos incentivos a la innovación y la mejora tecnológica y menos aún a la exportación; para completar, las ineficiencias generadas se transferían a los consumidores, vía baja calidad de los productos y precios más altos que los registrados en países con mayores niveles de competencia. Desde luego, también hubo empresarios y sectores que aprovecharon las ventajas de la política y desarrollaron empresas competitivas; pero esa no fue la nota dominante.

En síntesis, nos siguen debiendo un indicador sólido de la desindustrialización de Colombia y una demostración clara de su relación con la carencia de políticas industriales. De paso, debilitan su credibilidad con relación a la supuesta ausencia de política industrial en la actualidad.